Muy agradecido a los seguidores de este blog, os informo de que termina esta experiencia a la par que acaba el año. La noche que viene es la de los grandes propósitos, ya sabéis, y uno de los míos consiste en ... digamos que administrar mejor la aceleración del tiempo. Ojalá se cumpla esta aspiración y también todas las vuestras. Gracias.

Julio.

Nochevieja de 2013.


lunes, 9 de agosto de 2010

Zarameo, Braña de Matalavilla (I)





La braña de Zarameo
nun ía braña, ía ciudade.
Amirándola de l.luenxe
parez una catedrale.


Para un paisaje excelso, una música sublime: Mozart.

Concierto para clarinete en La mayor. Adagio.
Karl Leister / Filarmónica de Berlín / Karajan.


 Entamu:
Nun pueblo d´estos de por aiquí, había cuantayá una mucher con mui bien d´anos. ¡Que yera viecha, vamos! Chamábase Baralides, paeme a mi. Gústame lo de Baralides porque ía nome visigodo polo menos. El caso ía que Baralides nun conocía la braña de Zarameo ya empeñouse en que, anantias de morrer, quería vela ya tenían que puxar por el.la hasta ail.lí arribones. Conque montánunla nun carru, axeitánunla, retacánunla con mui bien de cobertores y´almugadas, amarranunl.ly por cima un parauguas negro grandísimu pa que tuviera a la sulombra ya .. p´alantre cuna procesión.
Total que, achegaus a Zarameo, el.la echóu los güechos a pacere pol paisax un ratadín, en silenciu. Entremientres, toda la compaña permanecíu atenta ya espetante. Cuando al fin abriou la boca, Baralides nun prenunciou dengún comentariu más que éste:
¡Ay chachus, qué grande ía´l mundu !


El circo glaciar de Zarameo.
La monumentalidad del paraje se ve acrecentada
por el circo de Valdiglesia que asoma detrás.


En efeutu. Qué grande ía el mundu. Grande es verdaderamente el espectáculo de Zarameo y aún más le hubiera impresionado a Baralides una mirada desde lejos y con otra perspectiva como la que ofrece la cumbre de El Miro, en el flanco norte del valle del Sil.
Igual de grande, difícilmente imaginable dada nuestra percepción del tiempo, es la serie de procesos, su antigüedad, lentitud y duración, que condujeron a las formas actuales del terreno y a que, mucho tiempo después, familias de muy humildes pastores encontaran en circos como éste el lugar idóneo donde establecer las brañas.
¿Qué edad puede tener el poblado de Zarameo, los primitivos chozos y las desaparecidas cabanas? ¿Cuatro centurias? ¿Cinco? ¿Algo más?
Doscientos siglos atrás, veinte mil años, estaba en su plenitud la última de las glaciaciones. En su tesis doctoral, Javier Santos González proporciona para el circo glaciar de Zarameo esta estimación de datos: altitud máxima de 1.828 m, mínima de 1.509 m, longitud de 748 m, anchura de 1.140 m, superficie de 79'75 hectáreas y desnivel de 319 metros. Decenas de millones de toneladas de hielo acumuladas en este cuenco. (1)
(1) JAVIER SANTOS GONZÁLEZ: GLACIARISMO Y PERIGLACIARISMO EN EL ALTO SIL, PROVINCIA DE LEÓN (CORDILLERA CANTÁBRICA). Departamento de Geografía y Geología de la Universidad de León.



El circo de Valdiglesia (arriba) y los sucesivos circos en el flanco sur del
valle de Salientes (abajo) vistos desde los altos de Zarameo.
  
 
La braña de Zarameo pertenece a Matalavilla (Palacios del Sil). Un buen camino, con más de ocho kilómetros, lleva desde el pueblo hasta allá arriba. Pero los montañeros tienen otras opciones para acercarse. Una es el camino que va de Cuevas del Sil a su braña de La Seita y, desde allí, el sendero que trepa por la selva de El Reventón.  


Braña de La Seita vista desde Zarameo.


Braña de Zarameo: primera línea del poblado.

La subida desde La Seita, bien temprano, casi al amanecer, siempre es muy prometedora. Por la senda del Reventón estrecha y empinada, entre abedules viejos, robles venerables,  acebales umbrosos, confusión de luces, guirigay de aves, frufrú de bichejos entre hojarasca y rumores sonoros entrecortados, el caminante sigiloso espera para cualquier momento el regate de un corzo o el topetazo con un oso de doscientos cincuenta kilos. O más. Esperábamos también nosotros un parto de los montes de tal tamaño y, justo a la entrada de la braña, en medio del sendero, el parto ocurrió. Pero, mira tú por donde, parturient montes, nascetur ridiculus mus.
La fábula de Esopo habla de unos montes que empezaron a  hacer unas señales tremendas, como si de un momento a otro fuesen a alumbrar algo grandioso. Quienes presenciaban el fenómeno estaban sobrecogidos y llegaron a sentir mucho miedo pero, después de unas horas muy tensas, resultó que los montes parieron un minúsculo ratón.  

 El mus a las puertas de Zarameo.
  
La expresión «el parto de los montes» alude a las grandes expectativas que resultan ser un fiasco. El montañero que se adentra en estos bosques siempre espera ver el ave totémica del país o bien algún corzo, jabalí, lobo, garduña, jineta, gato montés, cualquier mamífero de los que habitan estas frondosidades. Alguna vez hay suerte pero no es lo habitual porque los bichos son mucho más espabilados y discretos que nosotros. Sin embargo, hay mucho más que ver y por poner todo el empeño en descubrir lo grande, descuidamos lo menudo que es grandísimo.  
  

Geometría euclidiana.
 




 
La presencia de un animal grande y hermoso como éste no llama tanto nuestra curiosidad como la observación de, por ejemplo, una minúscula comadreja. Para los que andamos habitualmente por el monte, la contemplación de un corzo o de un mustélido suele ser lo grande mientras que una yegua, tan doméstica, tiene la consideración de lo menudo
Hoy, por desgracia, es esta yegua la que reclama toda la atención. Está abrevando en un hilo de agua porque, aunque tiene muy cerca la fuente de Zarameo, apenas puede moverse para llegar allá. Algún otro bicho la ha dado unos bocados en un anca, pero eso no es lo peor. Parece que durante la pelea o la huida se ha despeñado y tiene una fractura tremenda entre el húmero y el radio de la pata delantera derecha. Está condenada sin remedio. 
  
 

 Nos acercamos a la braña, donde hoy hay gente, para dar el aviso.

 
 
 
Manolín el de Matalavilla e Isabel la de Palacios están muy atareados picando un terreno que es como pedernal y moviendo y seleccionando rocas. Han empezado a reconstruir una de las cabanas familiares. Aun tienen por delante unos dos años de faena, eso dicen, porque después de los sesenta conviene tomar las cosas con calma. De momento hacen un alto y nos invitan a tomar algo en otra de sus cabanas



A veces -reflexiona Manolo en voz alta- veo en la televisión esos niños de otras partes del mundo que tienen ocho o diez años y trabajan como esclavos. Me da pena y rabia, sí, pero también me acuerdo de que, hace solo cincuenta años, nosotros estábamos en algo que no era lo mismo, no exactamente, pero tenía algunos parecidos. 
En verano, durante los meses sin escuela, con ocho o nueve años yo fui brañero.



Embalse de Matalavilla.
El camino de la braña empieza al nivel del agua y sube hasta el Alto de La Bobia,
salvando un desnivel de 1.000 metros, para luego descender hasta la braña de Zarameo.


Desde junio a septiembre, diariamente, a media tarde nos juntábamos en el pueblo, en grupos  pequeños, y salíamos camino de la braña con el capazo de la comida al hombro y el bidón o la pota en que bajaríamos la leche al día siguiente.De comida nos echaban pan con algo de tocino, chorizo y cosas así y también alguna lata y algo de tomate con cebolla para ensalada.
El recorrido total de casa a la braña es de unos nueve kilómetros y el camino no era entonces bueno como es ahora. Imagínate, nueve kilómetros para subir por la tarde y otros nueve para volver a la mañana siguiente. Y así cada día.



Las L.leras de La Corona, en el tramo que baja del Alto de La Gobia hacia la braña. 
  
Las cabanas tenían entonces dos partes, el cocino y la cuadra, separadas por unos tablones. Dormíamos en el cocino, en un catre con armadura de maderos, somier hecho con un trenzado de cuerdas o de tiras de cuero y colchón relleno de borra o de hojarasca o de lo que fuera. Las cabanas eran mucho más bajas y no tenían aberturas como las de ahora sino unos ventanucos muy estrechos por donde los chavales, de noche, gastaban bromas a las mozas. Les echábamos unas ortigas o agua o cualquier cosa y ellas tenían que salir corriendo vestidas con aquellas braguinas de entonces y aquellas enaguas de franela. Los nenos más pequeños dormíamos juntos. Nos amontonábamos dos o tres en la misma cama. La oscuridad, aquí arriba, estaba plagada de lobos, coruxas, sacaúntos y muchas amenazas ... 

 

Confortable dormitorio en una de las cabanas reconstruidas.


Me acuerdo de una noche terrible. Estaban tres guajes pequeños en la misma cama cuando uno sintió que algo le empujaba desde abajo. Primero se extrañó, se sobresaltó y alertó a los demás. Al poco rato la cosa, fuera lo que fuera, empujó otra vez desde debajo del colchón. Los tres abrieron los ojos como platos. Escuchaban la respiración ruidosa y agitada del ganado pero en la cabana había algo más. Algo temible.
De repente, cuando hubo otro empellón desde las profundidades, ahora muy fuerte, uno de los guajes saltó por encima de la viga y los otros dos salieron por donde pudieron.
Al rato, recuperada una pizca de valor, que no de calma, alguien se atrevió a encender un candil y echar un vistazo.
¿Qué cosa, qué engendro se escondía debajo del camastro?
Bajo el camastro había un xiato que había nacido unos días atrás. Se conoce que se coló entre el suelo y los tablones de la cuadra para echarse a dormir con nosotros allí, bien recogidín, a cobijo del jergón. Y se conoce que, al querer acomodarse, sembró el terror. 





El cuarto del abuelo, hoy. 


Nos levantábamos muy temprano, con la amanecida. Primero poníamos los xiatos a mamar, luego llevábamos las vacas a sus lugares de pasto, poníamos algo de orden en la cabana, cogíamos el capazo y el bidón de leche de la ouchera y ... otra vez a hacer los nueve kilómetros hasta el pueblo. Nenos y nenas, rapaces o rapazas, todos por aquellos andurriales. Los que tenían bidón lo echaban al hombro pasando un palo por el asa. Los que no lo tenían llevaban la leche en potas, en tarteras. Imagínate, andando por aquellos pedregales tan pindios con una pota en cada mano. Menos mal que la leche no pesaba mucho. Las vacas de entonces eran pequeñacas y ruinas. ¿Qué cantidad podíamos bajar? A lo mejor cinco o seis litros. Aunque cinco o seis kilos para un neno o una nena, durante nueve kilómetros y en una pota, eran muy mala carga. Cosa muy distinta hubiera sido si tuviéramos esas mochilas de hoy día, ergonómicas y con la carga limitada al nosecuántos por ciento de lo que pesa el que tira por ellas.
  
 

Olleras -oucheras- en la braña de Zarameo.
Refrigeradores naturales donde permanecen las potas o bidones
con la leche hasta que el brañero emprende el camino al pueblo.


Todo aquello terminó por los años sesenta. Creo que Socorro fue la última brañera de Matalavilla. Pasó cuatro meses aquí, con la ayuda de uno de sus chavales, sin bajar al pueblo. Ella todavía vive. 
 


En poco tiempo, las cabanas que tenían teito de paja se fueron hundiendo. En el año 2000 solo quedaba en pie la única que estaba techada con losa. La usaban de refugio los montañeros. De hace unos años para acá, los últimos brañeros o sus hijos o sus nietos conseguimos rehabilitar veintiuna de ellas. Aun quedan unas cuantas arruinadas pero todo se andará, supongo. Hay aquí mucha leyenda y mucha historia que conservar.

 



 Vista desde Zarameo al flanco opuesto del valle del Sil. Sobre las peñas de Cuevas
se distingue la Braña del Campo (pequeña planicie a la izquierda) y, más arriba,
la campera o collada de La Laguna que da paso al valle de Tejedo (derecha).
 
 


 Tras la primera entrega, a través del Instituto de Esudios Omañeses 
nos llegaron estas coplas de Matalavilla.

La braña de Zarameo
no es braña que es una villa.
Mirándola desde lejos
parece una maravilla.

En la braña la Seita
cantan las burras
y en la de Zarameo
las chicas rubias.

Braña de Zarameo,
¿qué tienes dentro?
Una vaca escornada
y un buey paleto.