Muy agradecido a los seguidores de este blog, os informo de que termina esta experiencia a la par que acaba el año. La noche que viene es la de los grandes propósitos, ya sabéis, y uno de los míos consiste en ... digamos que administrar mejor la aceleración del tiempo. Ojalá se cumpla esta aspiración y también todas las vuestras. Gracias.

Julio.

Nochevieja de 2013.


domingo, 24 de marzo de 2013

Filandón (II): Perséfone y los moros en La Veiga el Palo



Para Ted, Ofe y Pilar Latín.
 
 

 
I.  La audiencia de Cunqueiro
 



Leída la anterior entrada de este blog, un amigo muy querido me envió este fragmento de una conferencia de Cunqueiro.
  • Yo narro como he oído narrar. Y así como un pintor francés del pasado siglo descubrió la postura del sembrador, me parece a mí que he descubierto la postura del narrador, sentado en la noche invernal al amor del fuego en la cocina antigua, hablando más para el fuego que para los otros oyentes. En mi país se cree que nada le gusta más al animal llamado fuego que el escuchar una buena historia. Se le ve avivarse, alargar las llamas y batir unas contra otras como si aplaudiese.


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Julia Fischer interpreta el primer movimiento del
Concierto para Violín en Mi menor de Mendelsshon. 
  


II.  Perséfone
 


 
No era tan delicioso el Enna por donde Proserpina iba cogiendo flores, cuando ella,
flor aún más hermosa, fue arrebatada por el tenebroso Plutón
y ocasionó a su madre el dolor de buscarla por el mundo todo.

(Milton, El Paraíso Perdido).

Varios profesores de la Universidad Popular de Laciana coincidieron este año en recordar, desde diversos puntos de vista, uno de los más sugestivos mitos de la Grecia Clásica. 



Perséfone -o Proserpina- recogía flores en las vegas de Enna cuando fue secuestrada por Hades -o Plutón-, el dios del inframundo. 
La rubia Deméter, la bien coronada, protectora de la naturaleza primigenia, sufría de tal modo la ausencia de su hija que abandonó el cuidado de la tierra y causó un daño horrible a los humanos. En la tierra no volvió a germinar semilla alguna. Quedó yerta, como en el peor de los inviernos. Se volvió árida durante tanto tiempo que el mismísimo Zeus llegó a exigir la liberación de Perséfone.
Hades le obedeció con una condición. La prisionera debería hacer el largo viaje de vuelta sin probar bocado. Pero, a mitad de la travesía, el dios de los muertos le tendió una trampa. Deslizó en sus manos doce semillas de granada y ella, sin darse cuenta, llevó seis de aquellos granos a la boca.
Zeus dictaminó que en adelante Perséfone pasaría en la morada de los muertos tantos meses por año como semillas había comido. Desde entonces, cuando ella baja al inframundo, llora Deméter su falta y el invierno y el otoño amustian la tierra. Pero en marzo, cuando la diosa rubia hace surgir el fruto de los labrantíos de glebas fecundas y la ancha tierra se carga toda de frondas y flores y son liberados todos los ímpetus de la primavera, Perséfone vuelve.

(*) El texto en cursiva
pertenece al Himno Homérico a Deméter.
 


En la Veiga el Palo, a finales de marzo,
la vuelta de Perséfone se anuncia entre las hojas muertas.
   
 
 

En Caboalles de Arriba confluyen dos derroteros con relevancia histórica y copiosa leyenda. Uno de ellos, el Camino Real de Hermo, liga la cuenca del asturiano río Narcea con la leonesa del Sil a través del Collao Alto. Aquí mismo, en la divisoria de aguas, nace un valle que llaman La Veiga el Palo, tan rico en pastos que es capaz de mantener a cientos de vacas. Cada año, a comienzos de marzo, suelo ir por la Veiga el Palo allí para ver cómo andan las cosas y si vuelven los días por la misma rodera.


 
La última glaciación dejó al pie del Collao Alto una hoya que el poso de los siglos fue colmando. Aunque los mapas pintan allí una laguna, de ella no queda más que un suelo tramposo, flotante y temblón que el invierno chafa y destiñe. A este lugar lo llamamos Las Charcas.



Cuando Deméter renueva el paraíso de la Veiga el Palo, todo aquel territorio vuelve a ser una pascua pletórica y florida para disfrute del ganado mayor excepto la verde exuberancia de Las Charcas, que está vedada a las vacas como para nosotros lo estuvo aquel árbol del Edén.  
 




Aun no desapareció la nieve cuando ya se anuncia en La Veiga el alboroto inminente de la primavera. Vuelve a escucharse por todas partes el arrullo de los deshielos, en los remansos crecen las lentejas de agua y las caléndulas y entre el yerbazal asoman cientos de pares de ojos saltones. Son los machos de la rana bermeja que porfían con su reclamo nupcial.





Alrededor de Las Charcas repuchece la turbera con vivos colores. El esplendor aun tardará un poco en desparramarse por toda La Veiga pero, entre tanto, el suelo firme se va librando de la costra del frío, los topos espabilan y arremeten a cavar túneles y levantar cordilleras y las ranas acomodan envoltorios de gelatina con miríadas de huevos en el agua que acaba de perder su techo de hielo.



 
En el suelo cuaresmal y ceniciento empiezan a brotar las prímulas, los narcisos menudos, los espantapastores y otras flores madrugadoras. Con la general licuación, la red de canales angostos y profundos se colma y rebosa el agua límpida, impoluta, transparente. Aunque todo tipo de bichos ya ha regresado a la actividad, su trajín apenas agita el fondo limoso.
 
 
 
 
También las truchas vuelven a frezar en La Veiga pero lo hacen más abajo, en los meandros pedregosos por donde el arroyo fluye todo el año sin llegar a congelarse.

 


En las despojadas ramas de los abedules también se anuncian los brotes, pero estos continuarán sellados hasta los idus de abril, cuando la Reina de Hierro regrese del orco para recolectar flores junto con sus amigas las ninfas.
Los abedules son la avanzadilla del bosque, los que colonizan las alturas más expuestas a la cirria inclemente del invierno. La poca profundidad y escasa fortaleza de sus raíces ha de ser compensada de otro modo. Por eso, bajo una piel de plata delicada y frágil, los abedules visten otro ropaje también liviano pero flexible, ceñido y rico en óleos y sustancias que les sirven de coraza contra el frío. Así es como las ramas pueden estar desnudas durante meses y esquivar los embates del viento que se conformará con arremolinar las hojas muertas en sendas y remansos.
 


La marca del oso.
 
De año en año, los líquenes van dando a los abedules un aspecto venerable y aquella primera piel suya, tan tersa y albina, se cuartea ahora y se desprende dejando a la vista otra corteza ya gruesa, resquebrajada y de aspecto cobrizo.
En cuanto barruntan la primavera, los osos que se preparan para el celo de mayo recorren el territorio adviertiendo de su presencia y dejando su rúbrica en el tronco de los abedules viejos.


(*) Tomé esta fotografía hace solo ocho días,
pero no en la Veiga el Palo sino a unos 15 km de distancia. 
 

Cuando le crecen las barbas y se cuartea su piel, el abedul es un árbol adulto. Especie de gran simbolismo, espantador de todos los demonios, pródigo en dones curativos y en provechos artesanales, éste es un árbol audaz. Por todo ello su vida no suele ser larga.  

 

 
 
 
III.  Sobre un cuento de moros
 
 

El Camino Real de Hermo baja del Collao Alto entre los abedules del flanco sur y desciende poco a poco para alcanzar la Veiga más allá de Las Charcas, donde el suelo ya es firme y los carros y caballerías pudieron en su tiempo transitar sin percances, vadear el arroyo y continuar por el firme solano.
Los ganaderos de hoy día mantienen Las Charcas cercadas con estacas y ramas. El bovino, al menos el nuestro, tiene la mirada curiosa y tierna, es más dócil que huraño, es resistente, trabajador, generoso y fecundo en gracias y virtudes, pero no se distingue por su gracilidad ni por el sentido del equilibrio ni por el buen juicio. El nombre de Garbosa para las vacas o Saleroso entre los toros es tan frecuente como chocante porque estos animales son grávidos, algo torpes y, por si fuera poco, dados a meterse en atolladeros. Aunque nacen y viven en la montaña, no son montaraces como otros mamíferos de parecida envergadura. Se empeñan en subir por donde bajar no les será fácil, son algo insensatos, se espantan con facilidad y, a veces, se despeñan. Aquí decimos que valtan.  
 
 
 El tremedal de la Veiga el Palo, el área de Las Charcas, entraña mucho riesgo para las vacas. El penúltimo percance serio ocurrió hace ya unas décadas, cuando entremaron tres reses a la vez. (*)  Doce vecinos de Caboalles de Arriba, provistos de sogas y focos prestados por el lampistero de la Mina Escondida, tuvieron que emplearse muy a fondo durante la noche para amarrar las cuerdas por detrás de cada cornamenta, buscar algún apoyo consistente donde tánto cuesta encontrarlo y tirar o empujar hasta culminar el rescate, todos rebozados en barro hasta el alma.
 
(*) Entremar equivale a meterse en una treme o tremedal,
voz procedente del latín tremĕre y aplicada al terreno pantanoso
que retiembla cuando alguien camina por él. 
  



 
Las Charcas de la Veiga el Palo no solo encierran peligro para las vacas. También para las personas, sobre todo si penetran allí desmandadas y en tropel.

El relato desorbitado y espantoso que hizo el cura Luis Alfonso de Carballo a propósito del percance desgraciado que habría acabado con un ejército de muchos miles de musulmanes en algún lugar de las montañas de Laciana hace casi 1300 años, me llevó a discurrir una suposición igualmente disparatada que publiqué entonces. (Laciana, un otoño, pp. 37 y siguientes. Edilesa, 2002).
 
Carballo escribió que, hacia el año 730, Don Pelayo reconquistó la villa de Cangas de Tineo. El imaginativo cronista, nacido en 1571 y precisamente allí, en Entrambasaguas, describió su país como una tierra fértil de trigo y generoso vino, lindas frutas, caças y pescas y añadió que cuando el rey Abenramín de Toledo supo que había perdido Cangas, tuvo un gran pesar y parecióle que importaba mucho a su reputación volver a restaurarla. Por eso vino hacia Asturias con un ejército de doce mil ochocientos hombres, nada menos. Pero los espías cristianos alertaron a Don Pelayo, quien acudió con mucha diligencia y apercibimiento, pilló al descomunal ejército sarraceno a punto de entrar en la cuenca del salmonero Narcea y lo obligó a virar en redondo y escapar. El desgraciado Abenramín, según Carballo, hubo de acogerse en aquellas montañas de Laciana donde, dentro de dos días como llegaron, sobrevino tal pestilencia en aquel paraje que de todo el ejército no quedaron más que mil personas.

 
El llano estacado de Las Charcas, en la Veiga el Palo.
 
Leyendo todo esto se me ocurrió que la causante de la tremenda pestilencia bien podía haber sido esta turbera de Las Charcas. Argumentos para apoyar la conjetura los hay de sobra. La demarcación del Real Concejo de Laciana descrita en 1270 se refiere a un paraje que llama el Piélago del Moro y lo sitúa entre la alberguería de Cafrenale, que parte con Cangas, y el espino que es cabo de la casa de Pero Martínez de Degaña. Eso es tanto como decir entre el Puerto de Leitariegos y la Collada de Cerredo, o sea, en el camino que viene de Cangas a Laciana por Monasterio de Hermo, el Collao Alto y la Veiga el Palo.
Una de las acepciones de la voz arcaica piélago es la de estanque o balsa. Si tenemos en cuenta que las aceifas de los moros ocurrían en pleno verano, cuando el agua escasea pero el ganado abunda y las bacterias y los mosquitos abundan mucho más, ¿no es razonable elegir este tremedal de Las Charcas como escenario de la horrible mortandad?


Los viejos cornicones, amén de divertidos, son útiles para los historiadores rigurosos que encuentran ahí muchas pistas interesantes y también lo son para los cuentistas que a veces, inspirándose en ellos, discurren alguna invención graciosa como la de asociar Las Charcas de la Veiga el Palo con los apuntes de don Miguel de Luna y don Alfonso de Carballo.


¿El Piélago del Moro?

Carballo escribió sus Antigüedades y Cosas Memorables del Principado de Asturias en el siglo XVII y, en lo tocante a la pestilencia y mortandad ocurrida en aquellas montañas de Laciana, afirmó haber tenido conocimiento de los hechos a través de lo recogido y escrito por un contemporáneo de Don Pelayo, un moro de nombre Abulcaçim Tarif Abentarique.

Pero hete aquí que el tal Abentarique nunca existió sino que fue invención de un médico morisco llamado Miguel de Luna, traductor del árabe al español y casi coetáneo de Carballo.
El tal Luna fantaseó haber encontrado en la biblioteca de El Escorial un manuscrito del siglo VIII que habría sido compuesto por el sabio alcaide Tarif Abentarique, de nación árabe y natural de la Arabia Petrea. A partir de ahí fue recreada La verdadera historia del rey Rodrigo, en la cual se trata de la causa principal de la pérdida de España y la conquista que della hizo Miramamolín Almançor, traduzida de la lengua arábiga por Miguel de Luna, vezino de Granada, intérprete del Rey don Phelippe nuestro Señor, y publicada en Granada en 1592.
 
Así que nadie tome lo de la pestilencia y mortandad en Las Charcas de la Veiga el Palo por hecho histórico riguroso y ni siquiera por tradición antiquísima. 
 
 
 
 
IV.  Estupor.
 



 


 
 

domingo, 17 de marzo de 2013

Filandón (I): De túmulos, bueyes y fornos de cal

 
 
 Para Vero y Rubén.
 
 
 
La cocina en Corros
es de arranque lento
cuando el tiro es corto
y no sopla el viento.
 
  
Ashokan Farewell
Jay Ungar con la Molly Mason Family Band 




La mayoría de los reportajes de este blog se ocupan del noroeste de la provincia de León y de unas comunidades cuyos miembros se conocían antes como babianos, lacianiegos, omañeses o palaciegos. Que se conocían o se reconocían, quiero decir. Ahora ya menos.

John Berger, en Puerca Tierra, dice que, hasta hace poco, los únicos materiales de que disponían los habitantes de un lugar para definirse eran sus propias palabras habladas. El retrato que el pueblo hacía de sí mismo, aparte de los logros físicos debidos al trabajo de cada cual, era lo único que reflejaba el sentido de su vida. Sin ese retrato, el pueblo se habría visto obligado a dudar de la propia existencia.
 
 

Cueto de Arbas desde el valle de Los Caleiros.

 
En el segundo capítulo del mismo libro, dice Berger que todos los pueblos tienen historias que contar y que la sutil observación del inventario de los sucesos y encuentros cotidianos, combinada con el conocimiento mutuo e inmemorial, constituye el llamado cotilleo. Esta expresión me resultó chocante. Pensando que acaso la traductora al español no había estado fina, busqué una edición en inglés y me encontré con la palabra gossip así, destacada en cursiva y que equivale, en efecto, a chismorreo o cotilleo.
Nosotros tenemos dos voces más precisas, filandón y calecho. El Diccionario de la Lengua Española define filandón como término leonés que alude a reunión nocturna de mujeres para  hilar y charlar. En Laciana el filandón, en el que también participaban los varones y los niños, se asocia a la proximidad del fuego o de la cocina de leña mientras que la voz calecho, que el diccionario no recoge, se refiere más bien a la tertulia al aire libre -¿en el callejo?- a horas más tempranas o en anocheceres calurosos. 

En los últimos años, Luis Mateo Díez, José María Merino y Juan Pedro Aparicio visitan los Institutos Cervantes del mundo entero para contar viejas historias leonesas en celebrados  filandones.
 

Aquí, entre nosotros, el asunto de los filandones ya casi pasó de ser un hábito social a ser un milagro, pero alguno todavía se celebra. Hoy quiero resumir uno que tuvo lugar no hace mucho en la aldea de Corros (Leitariegos), donde se trató sobre meteorología, túmulos funerarios, bueyes, capaduras y fornos de cal entre otras disciplinas. Ahí va.  




El hórreo de Pepe poco antes de desplomarse.
 
 

Cabecera de la Veiga el Palo.

 
 
Llega la primavera: primeros avisos de Perséfone en la Veiga el Palo.



En el extremo más occidental del valle de Laciana, La Veiga el Palo se alarga durante unos cinco kilómetros a partir de un tremedal próximo al Collao Alto que linda con Asturias. Hasta la Cabana de La Vaquera, el desnivel es tan suave como incontables los titubeos del arroyo que, en algunos tramos, parece incapaz para escurrir la abundancia que el deshielo chorrea por todas partes. A finales de marzo no suelen quedar por allí más que algunos retales de nieve y una cinta festoneando la umbría de las crestas. Todo anuncia ya la venida de la primavera. Pepe Santor, en uno de los filandones de los que es anfitrión en su casa de Corros (Leitariegos), nos dio a conocer esta coplilla meteorológica: 

Cuandu vién el cuquiel.lu,                               
la nieve pul tudiel.lu.                                       
Cuando vién l´andulina,                                    
la nieve pula dedina.                                        
Cuandu bien el vaqueiru,                                  
la nieve pul abarqueiru.                                    
Ya si el cuquiel.lu nun vién                              
entre marzu u abril,                                          
o el cuquiel.lu ta muertu                                  
o al rei fue a servir.                                        


El cuco -cuquiel.lu- torna a primeros de abril, cuando las nevadas aún suelen alcanzar hasta el tobillo o tudiel.lu. La golondrina -andulina- lo hace a finales, cuando, si cae, apenas cubre la deda, que es como llamamos al dedo gordo del pie. Y el vaqueiru viene en mayo con su ganado, cuando ya no cae nieve ni para alcanzar la suela de la abarca. Normalmente ocurre así aunque por aquí hemos conocido nevadas bien gordas en el mes de junio. En cualquier caso está claro que el cuco debe llegar con la primavera y si no viene entre marzo y abril, una de dos, o está muerto o fue a servir al rey. (Desde que cambiamos el Protectorado de Marruecos por las reservas de Botswana, esto último ya no se lleva).

 


Varios caleiros en el vallejo del mismo nombre.
(Leitariegos, Asturias, cerca de la lacianiega Veiga el Palo).


En la Veiga el Palo y en sus cercanías se ven algunos vestigios que recuerdan a los túmulos funenarios. En la antigüedad remota, los grupos familiares que trashumaban al son de las estaciones subían con su ganado a pastizales tan elevados como estos, allí permanecían durante los cinco o seis meses buenos y  allí enterraban a sus muertos bajo túmulos hechos con piedras y tapines. Se cree que estas tumbas podían servir también como mojones para delimitar el territorio acotado por cada grupo social. Con el correr de los siglos, estos  enterramientos fueron violentados o desfigurados y hoy, a veces, descubrimos vestigios que no parecen lo que son … ¿o no son lo que parecen?
 

Fantasmas del neolítico se aparecen en un túmulo-caleiro.

Cuando vuelve el cuco a la Veiga el Palo, el agua corre por todas partes. Un arroyo llega por el Gargantal del Boucín o por el Boucín del Gargantal, que el orden de las palabras no está claro. Este reguero baja desde el collado de Las Llamas del Boucín,  una turbera espectacular más allá de la cual se hunde el desfiladero tenebroso de Valdecuélabre.
Boucín podría ser un diminutivo derivado de bovis bovem. Hay muchos lugares con nombre
parecido -bueicina, bueiriza, bucechalín-, siempre asociado a zonas de pasto reservadas a bueyes. ¿Qué le ocurrió al boucín en el gargantal? ¿Lo atacó el cuélabre con aliento de azufre, alas de murciélago, escamas de pez y cola de cocodrilo o quizá se lo llevaron los diablos que rondan la Fuente de Las Brujas?
De eso ya trataremos otro día, que hoy toca hablar de hornos de cal.

Un caleiro.
Subiendo desde La Veiga el Palo y por las Llamas del Boucín hasta el alto de Valdecuélabre, torciendo allí hacia el oeste y siguiendo monte arriba, se entra en un vallejo donde aparecen, a la orilla del sendero, unos vestigios que recuerdan estructuras funerarias. Parecen túmulos y cualquier forastero puede tomarlos por tal  salvo si sabe que este paraje se llama Val.lina de los Caleiros y que estos fornos de cal aún fueron utilizados en el siglo XX.
 
 
Restos de un horno de cal en la Vallina de Los Caleiros
 (términos de Corros, Leitariegos, Asturias)

 
Caleiros hay unos cuantos por aiquí -explica don Pepe Santor-. El de Custapiedra vilo you entovía funcionando. Los outros, los de la parte de Valdecuélabre, ya taban abandonaus. Ahí fabricábase cal pa revocar paredes ya pa blanquear cuartos ou escuelas o ilesias ya tamién pa desinfectar cuadras ya pa queimar bichos que morrieran envenenáus por esternina o de la peste.   

Pa faere la cal hay que cal.lentare la piedra caliza durante diez ou doce días deseguidos, con l.lume ya con calore fuertísimo. Primeiro cávase una oul.la no terreno ya fórrase de piedra, como si fuera un fornu. Por enriba de la ol.la colócanse piedras faiendo bóveda pero pónense de manera que´l l.lume pueda pasare entre el.las. Por cima la bóveda amontónanse las piedras de la caliza despedazadas cona maza en cachos medianos. Ya por cima de todo, l´outeiro tápase muito bien con tapines ya con cal muerta pa que non l.ly pueda entrar augua si l.ly diera por chover. Entós, abaxu, no forno, pónense los feixes de l.leña, los tuérganus de urce ya de piorno, ya préndese el l.lume ya mantiénse bien atendido mientres se va faiendu la cal.
 
A veces, si sobraba cal, el sobrante vendíamoslo. Alcuérdume d´un paisano que vino a buscala aiquí conos bueis. Subíu hasta el mismísimo caleiru, qu´entoncias podía subise hasta ail.lí cono carro. Ya resultóu que, cuando baxaba pol camín, púsose a chovere ya la cal encendíuse. Cuando la cal queima, vense unas l.luces muito pequenas ya azulinas. (*) El paisanu nun se diou cuenta de lo que taba pasando ya un buei quemose po´l l.lau que daba contra el carro ya tardó muy bien de tiempo en curar.
 
Antanu pasaban mui bien de carros con bueis pola Veiga el Palo. Pola feriona de Vil.lablino, pasaban desde Xedrez ya Hermo verdadeiros convois de ganaos ya carros cargaos con cestos de patacas ya con apeiros.

Pa tirar del carro, los bueis tienen que tar domesticáus. Alcuérdome que, de pequeno, nacionos en casa un par de xatus mel.lizus. A uno diól.ly por volvese al mío padre ya tuvimos que l.lamar al capador de Caguaches d´Arriba pa que lo capara. El paisanu vienu pa alcontrase con nos nas brañas de La Fleitina. Pa la capadura traía un toral, que ía una cuerda que átase por cima los testícolos  del toro. Por riba de la cuerda colócase un palu ya entoncias, encima el palu, danse unos cuantos golpes cona maceta ya machácanse las tuberías por onde sal la lechada de los güevos. ¡Hai ho! ¡Pones una cara que paez que te diou dentera! Al bicho nun le duel, ho. Esa parte por cima los testícolos nun ía dolorosa. Dispués de la capadura, échase un poucu vinagre pa desinfetare ya asuntu resuelto: el toro bravo convirtíuse nun buey manso.
 
El buei ía el mechor ayudante de la casa. Mechor que´l cabachu entovía. Los romanos metían na cárcel a quien matara un buei porque la vida d´un buei yera tan importante como la de un paisano. ¿Sabíades esu, ho?

 
A la cabeza del  valle de Los Caleiros está la L.laguna Seca.
Al fondo, El Cueto de Arbas.

 
Las Llamas del Boucín
 
 
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Unas notas:

 
Tengo dos amigos, arqueólogos ellos, en cuya compañía recorro últimamente estos montes de Laciana para, después de tantos años, descubrirlos nuevamente. Ellos me hablaron de ciertos hallazgos engañosos, ocurridos muy lejos de aquí, que fueron bautizados como tumbas-calero. Se trata de cámaras sepulcrales edificadas sobre un pavimento de cal apagada y coronadas por una falsa cúpula cubierta con el mismo material. Estos panteones colectivos tienen toda la pinta de haber sido clausurados mediante un fuego poderoso encendido y mantenido durante muchos días en su interior. Además, me pusieron sobre la pista de lo ocurrido en una loma al norte del caserío de Aguirrezabalaga (Guipúzcoa), donde fue investigado en 1988 un montículo con doce metros de diámetro por metro y medio de altura. Se interpretó como un túmulo prehistórico y como tal fue visitado hasta que, en 2003, un hundimiento favoreció el estudio interior resultando que el conjunto había sido un horno para fabricar cal. De todas formas, aquel vestigio es patrimonio arqueológico y, como tal, hoy se mantiene protegido con estacas y alambre.

Los caleiros del monte de Valdecuélabre se encuentran en términos de la Reserva Natural del Cueto de Arbas, en el término municipal de Cangas del Narcea. Toda el área está protegida por su altísimo valor paisajístico y biológico y determinadas zonas tienen el acceso limitado a personas con la debida autorización. Es conveniente saberlo. 
 


26 de diciembre de 2011.
Filandón en la casa de Pepe para tratar sobre meteorología,
túmulos, capaduras, bueyes, fornos de cal y otras materias.  


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(*) CaO + H2O = Ca(OH)2     La cal viva reacciona con el agua produciendo hidróxido de calcio, también llamado cal apagada o muerta o cal de albañil. Esta reacción provoca un gran desprendimiento de calor que causa quemaduras en la piel con la que está en contacto. Producida la ampolla y la llaga, si la cal viva sigue en contacto con ella, el daño se agrava. 

 


viernes, 8 de marzo de 2013

Las noches árticas



 

 

 
Elgar: Nimrod (de las Variaciones Enigma
Daniel Barenboim con la Chicago Symphony Orchestra.
 


En cualquier país formal, por navidad siempre cae una nevadísima.
Recuerdo una que fue heraldo de la nochebuena a finales de los cincuenta.
Un metro por lo menos.
 
Debajo de los tinteros
andan los ratones
para que el maestro
nos dé las vacaciones.

A eso de las seis, mi primo Senén y yo volvíamos de Las Graduadas, las escuelas más guapas del mundo. Hoy ya nadie le pide nada a aquel edificio pero allí sigue, colgado en el monte de Las Rapigueras. No sé si lo de Rapigueras se debe a los rapiegos que habitan aquellos piornales o a las trampas con que cazaban entonces a estos bichos de hocico en punta, pelo de fuego, rabo frondoso y más listos que el hambre.
Mi casa estaba lejos. Era la última por el camino del Molinón según se va hacia el río, en la parte más baja, cerca del abesedo más espeso y umbrío. Por delante y por detrás de mi casa no había más que prados.
Pasábamos Senén y yo frente al bar de Toribio, donde empieza una rampa, de cien metros por lo menos, que en invierno llamábamos El Resbalizo por razones obvias. Por mucha escoria de carbón que las mujeres esparcieran encima, aquello seguía siendo un matadero y para no dar una culada o partirse la crisma, era conveniente pasarlo en cuclillas.
Entonces empezamos a escuchar el aullido de un lobo. Nítido y estremecedor llegaba de la parte entre el río y las vías del tren.
La nieve era la sordina de aquel barrio nuestro, tan bullicioso como apartado, sin nada más próximo que la mina de carbón donde mi padre trabajaba. A aquellas horas sólo se oían los topetazos de las vagonetas y, si acaso, el aullido del lobo.
Por no sé qué razón mi padre doblaba jornada aquel día. Mi madre, sola en casa, tenía pendiente de recoger las sábanas y los pañuelos blanqueados por el sol y la nieve. Pero ella también había escuchado al lobo. Nunca supe si estaba con ganas de guasa o asustada de verdad. El caso es que esperó a que llegáramos para que le diésemos escolta.
Senén tenía nueve años y yo ocho. Se comprende que él fuera delante y yo permaneciera vigilando la retaguardia. 
Recoger la ropa era por demás interesante. Podías agarrar un pañuelo por una punta y levantarlo tal cual lo habían tendido, completamente tieso. Las sábanas, por ser demasiado grandes, crujían como astillas y se doblaban, pero no se partían como era de esperar.
Después de la cena vimos cómo se alzaba la luna raspando el monte de Sosas y aparecían en la nieve sombras muy vivas, oscuras y  alargadas.
Cuando asomaba la luna llena sobre el valle empezaba la noche ártica que no es una noche verdadera sino plena de claridad, magia y misterio y un frío que pela.
Mi padre no llegaría hasta después de las once, con los ojos orlados de negro y un cacho de pan de pajarines en la fardela.
 
¿Cómo se puede vivir sin la nieve? 
 
 
 



Torrestío. Babia.
 



















El hundimiento en la masa de nieve
-de hasta seis metros de grosor- deja a la vista
la corriente subglaciar del río de La Majúa
a su paso por La Fouz.











Peña Orniz y La Torre.




Al fondo, el Pico El Prao, Los Fontanes, el Crestón del Paso Malo
y El Siete en el macizo de Peña Ubiña.






Sularco, Calabazosa, Cualmarce, las penas de Trespandu y demás riscos
lindantes con términos de Saliencia-Somiedo.

Pena Redonda, sobre Torrestío.


 
Todas las fotografías fueron tomadas el sábado, 2 de marzo de 2013, durante una caminata desde Torrestío de Babia hasta el pie de la Peña Orniz por el Valverde, la collada del Quixeiru, la Foz del río de Sañeu, la falda de Pena Congosto, La Recoleta y la collada de Orniz.