Para Celia y Elena que me encontraron la cacha
en la copa de un abedul mientras yo la buscaba
por el suelo. Es natural, supongo, que los viejos
tendamos a mirar abajo y los jóvenes a las
alturas. Lo que no pienso decir es cómo se me
encaramó el cayao hasta allá arriba.
Todas las fotografías fueron tomadas en la mañana del sábado 16 de noviembre de 2013.
Jacqueline du Pré interpreta el adagio
del Concierto para Cello nº 1 de J. Haydn.
Un amanecer los bronces
del Villar alzaron trinos
alegres y milagrosos.
Mano alguna había movido
las campanas. Toque de ángeles.
Era un repicar de vivos.
No era, no, un tañer de muertos.
Enseguida un solo grito
conmovió a la vecindad
que rauda emprendió el camino
del gran Valle de San Justo
para ver lo sucedido.
Al divisar, allá al fondo,
la ermita, otro prodigio:
la su dulce campanita,
sola, entonaba sus himnos.
No era, no, un tañer de muertos.
Era un repicar de vivos.
De rodillas, en su tumba,
Justo muerto, Santo vivo. (1)
(1) Del Romance del Príncipe Eremita, obra de don Florentino A. Díez basada en
La vida y milagros de San Justo del Villar, Confesor de Jesucristo, escrita por
don Isydoro García de Moya, cura de Salce de Omaña, en 1686.
Leyenda de un príncipe persa que, sintiendo en
su interior la llamada de una vida nueva, abandonó religión, familia y riquezas
y peregrinó a occidente. Pasando calamidades y hambre infinita llegó hasta
Alcalá de Henares para postrarse ante la tumba de San Justo, mártir decapitado
allí en el siglo IV. El peregrino, habiendo adoptado a su vez el nombre de
Justo, rezó para que su patrón le ayudase a localizar una ermita
que estaba, según sus sueños,
en hondo valle metida,
muy cerca de un caminito
y de una fuente muy fría.
En la Plaza de Alcalá entró en contacto con dos arrieros de Laciana, quienes le dieron noticia de que esa capilla, dedicada
precisamente a San Justo, se encontraba cerca de una aldea remota, colgada
sobre un abismo, a la que el diablo había pegado fuego en varias ocasiones y
cuyos habitantes eran muy desgraciados:
Unas mujeres que filan
casi siempre entre suspiros
la lana de sus ovejas,
poca lana y menos lino;
unas doncellas que sufren
insomnios
despavoridos,
galanes que no cortejan,
novios, ay, desconocidos.
Y, en fin, niños culo al viento
que paez fuelle enloquecido.
El viajero persa interpretó el encuentro con los arrieros
de Laciana como una señal y sintió el impulso de ir tras ellos, de manera que vino
a El Villar y aquí descubrió un caserío hermoso, encaramado en las peñas, retirado,
tranquilo,
muy gentil, bien abonado,
hospitalario y cumplido,
con doncellas muy hermosas
y mozos amorecidos,
niños como rosas, madres
que todo lo tienen listo
y unos hombres buenos, graves,
facendosos y avenidos.
Algo en su interior le dijo que su búsqueda había
terminado para siempre. Subió a la braña, construyó una choza al pie de la
ermita y allí pasó el verano meditando, rezando, conversando con los pastores y
alimentándose de la leche que ellos le proporcionaban y de avellanas,
arándanos, frambuesas, miel silvestre, aguaspines,
yerbas variadas y harinosas bellotas. Pero cuando cayó el invierno y las nieves
sepultaron el valle, fue azotado por torvas y ventiscas continuas y acosado por
las alimañas, tan hambrientas como él mismo. Y entonces, náufrago en aquel
océano de soledad y frío espantoso, Lucifer el incendiario vino para inducirle
sueños lúbricos, que ya es el colmo, y otros muchos desvaríos.
Pero resultó más
fuerte el poder de la oración. El ermitaño superó las fiebres, resistió las
tentaciones, soportó el hambre y vadeó aquel invierno y todos los que vinieron
después. Ganó fama de santo y milagrero y toda la gente de las montañas acudió
en adelante a pedirle consejo.
Cuando supo que le quedaba poco tiempo, excavó en una peña
su propia tumba. Un día, las campanas de la iglesia de El Villar rompieron a
repicar sin que nadie las tocara y un soplo misterioso impelió a la gente para
salir corriendo hacia la braña. Por el camino sonaba el tañido lejano del
pequeño bronce de la capilla, volteado por serafines invisibles. Cuando los
lugareños llegaron, encontraron al ermitaño muerto. El cuerpo permanecía
arrodillado dentro de la tumba alrededor de la cual se obraron desde entonces
muchos milagros.
De Babia, Laciana, Alto Luna.
J. Álvarez y Roberto Calvo.
Edilesa, León, 2006
1 comentario:
Impresionantes tus fotos, siempre. Me las llevo a mi facebook. Ojala todos viéramos el mundo con una mirada tan limpia como la tuya, capaz de encontrar belleza en cualquier cosa insignificante. Un abrazo muy fuerte.
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