Charles Stanford: Sinfonía 3 Irish, Op. 28. 2º mov.
En los últimos tiempos el Puerto de Leitariegos empieza a ser renombrado por su estación de esquí que, además de ser la más coqueta y confortable de la península -portugueses y gallegos lo saben bien-, ocupa en los telediarios de doña Mónica el mismo espacio que Baqueira Beret con todos sus borjamaris y borbones. Pero es que aquí, además, mientras la nieve no llega, hay mucho que aprender y disfrutar con la naturaleza y la leyenda.
De momento, mientras la vaca blanca no baje de las nubes a derramar su leche del Cueto a La Llanada, las pistas seguirán al cuidado de otras vacas, las verdaderas dueñas de estos pastizales desde no se sabe cuándo.
La estación invernal de Leitariegos está en términos del valle leonés de Laciana pero el pueblo, el legendario lugar de Leitariegos, pertenece al Principado. En los puertos entre León y Asturias es frecuente que la divisoria administrativa no la marquen las aguas vertientes sino unos mojones que acostumbran a estar más o menos desplazados hacia el sur. Dada la fraternidad imperecedera entre astures, supongo que los cismontanos cedemos parte de la solana para que los del otro lado disfruten de la luz en los meses de niebla lo mismo que nosotros vamos a gozar de sus playas en verano.
En estos días de septiembre, los vecinos del Puerto hacen acopio de leña para calentarse y para ahumar la matanza.
También hay quien apura a rehabilitar alguna de las casas que estaban abandonadas porque, con esto del esquí, hay mucha demanda. ¡Quién lo iba a decir hace pocos años!
No hay más que caminar alrededor del pueblo, sin necesidad de ir muy lejos, para admirarse con los misterios de lo menudo aunque, de vez en cuando, conviene usar los anteojos porque lo grande puede que no ande lejos.
Entre lo menudo hay una planta de nombre drosera rotundifolia, nada menos. Drosera viene de δρόσος, como dicen los griegos al rocío, y lo de rotundifolia se debe a las hojas, redondas como soles perlados de escarcha. De rocío parecen las coronas a primera vista, pero se hacen sospechosas a compobar que las gotitas permanecen tal cual por muy seca y calurosa que ande la atmósfera. Y es que no se trata de agua sino de pegamento, una trampa letal para los insectos.
Sus propiedades medicinales y mágicas -los alquimistas ya la buscaban- son muy apreciadas desde antiguo, de ahí que medio mundo considere a la drosera como especie en peligro.
La drosera no sabe producir el fermento que necesita para digerir los nitratos de la tierra y por eso se alimenta de insectos.
De la mosca de arriba ya solo queda lo que los biólogos llaman exoesqueleto, o sea, eso que nosotros desechamos cuando comemos langostinos. Al mosquito de abajo, sin embargo, lo hemos visto caer en la trampa hace un instante. Está amarrado por tres patas y un ala y, aunque trata de librarse, ya nada se puede hacer por él.
La sal importa mucho en la alimentación de las vacas.
Al parecer, la deficiencia en sodio causa pérdida de apetito y merma de la producción de leche necesaria para criar jatos tan gorditos y pacientes como estos, que ni siquiera se alteran con las moscas.
A estas alturas de la cordillera y del año, todo bicho viviente se apresura a hacer acopio de comida. Hay quien la guarda en la despensa y hay glotones que la zampan con tal ansia que luego pasa lo que pasa.
Esta es la laguna de Arbas y la cumbre más alta de Leitariegos, la que se ve por encima de la laguna, es el Cueto de Arbas. ¡Y ojo!, que éste Arbas es palabra llana.
Por debajo el Cueto queda la huella de un buen glaciar rocoso. Alguna de las lleras se asoma por encima de la laguna.
Y este es el valle del Naviego visto desde el Cueto de Arbas.
Brañas de Arriba.
El Puerto.
Corros.
El vallejo de Faro, en el mismo Puerto.
La genciana ya otoña.
En física y astronomía se llama corrimiento hacia el rojo a un fenómeno detectable con el análisis espectral de la luz cuando la fuente se aleja del observador. Con la naturaleza ocurre algo parecido. Cuando el verano se aleja con su luz, la tonalidad de las plantas se desplaza hacia el rojo, que es también el color del sacrificio.
Poco después del amanecer, cuando subía por el Cagadeiru la Viecha hacia el Cueto, unos rebecos me vieron, se mosquearon -¡qué bien hacen!- y corrieron hacia el Socueto, que está más al oeste y todavía en sombras. Cuando me aproximaba a la cumbre los vi y se me antojó fotografiarlos desde más cerca.
Podía haber bajado hacia ellos por la arista de la foto inferior pero hubiera sido intento vano. Recortado contra la luz, ellos me habrían calado mucho antes. Así que tuve que ocultarme y descender según la marca de la foto inferior. La cosa no es tan difícil como parece pero ... me pude haber dado una leche de cuidado.
El caso es que os cacé, perillanes.
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Todas las fotografías fueron hechas en la mañana del dos de septiembre de 2013 excepto la de la osa, que la tomé seis semanas atrás y no exactamente en el Cueto de Arbas.
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