G. P. Telemann: Concierto para oboe en Re Menor
En este mes de enero tan proteico, el río Luna va salido de madre por Cabrillanes y un servidor no se quita de encima una mormera igual de persistente y desaforada. No sé si en octubre nos inocularon las sobras de los 37 millones de vacunas contra el virus H1N1 que compró la ministra de aquel gobierno guay y dispendioso o, con esto de los recortes, la ministra de este gobierno lúgubre repartió por los ambulatorios placebos de agua bendita. El caso en que no hay modo de acabar con la mormera.
Al menos bueno sería que Luis Mateo Díez y Salvador Gutiérrez hicieran algo por devolver al diccionario una voz tan leonesa como es mormera. Díselo tú, Josepín, que tienes mucha mano en la Real Academia.
Para coger la mojadura del día, esta tarde volví a acercarme a Torre. Siempre he defendido que todos los pueblos de Babia son bellísimos pero si me obligasen a elegir entre La Vega de los Viejos, La Cueta, Riolago, Villasecino, La Majúa, Torrebarrio, Genestosa, Torrestío o Villafeliz ... me quedaría con Torre.
El Sil y el río de Las Verdes son gemelos porque nacen del mismo huevo, pero no se parecen en nada. Brotan en la reliquia glaciar hoy dominada por las peñas de Orniz y de Los Años y allí mismo toman caminos divergentes. El Sil va resuelto al Atlántico por Laciana y El Bierzo, de falla en fosa, de fosa en garganta y de garganta en cañón. El de Las Verdes se funde pronto con el Luna, el que perdió la cabeza en Piedrafita y ahora vaga extraviado por vegas y pantanos hasta perder también su nombre entre los pedregales de Santiago del Molinillo. A partir de allí lo llaman Órbigo y luego Esla y luego Duero y, por fin, después de tanto vagar, termina donde acaban todos grandes ríos de Iberia excepto, mira tú por dónde, excepto el que dio nombre a la península. ¡Qué cosas!
Torre de Babia repartida en cuatro barrios alrededor de su vega. (Foto Sigpac).
El río de Las Verdes, durante miles de años de paciente labor, contribuyó lo suyo a enrasar la planicie de 250 hectáreas que se va ensanchando desde Torre de Babia hasta Huergas abarcando el Pradón de los Quiñones, los Praos de La Presa, Los Trigos y todo lo demás. Torre se desparrama en cuatro barrios organizados muy sabiamente en la cabeza de esa llanura.
El desvío hacia Torre desde la carretera principal de Babia se toma junto al pueblo de San Félix de Arce. Antes de cubrir el primer kilómetro, este ramal cruza el río de La Fonfría, que baja por La Riera. Aquí mismo, junto al puente, está el caserío de Bildeo que es un modelo de unidad agropecuaria antigua.
El Caserío de Bildeo, junto al río de La Fonfría o de La Riera.
El caserío de Bildeo y el molino en el río de La Fonfría.
A Torre de Babia se entra por el barrio de Los Señores, tras haber recorrido poco más de tres kilómetros desde la carretera principal. El barrio de Los Señores se distingue por eso, porque aquí tuvieron su casona solariega los Señores en aquellos tiempos del Antiguo Régimen. En la proximidad hay otras edificaciones -como la escuela que ya no es escuela-, todas ellas bordeando por el sur y el oeste La Piniecha o Pinilla o Peña Pequeña, que emerge de la vega con forma de hogaza o de verruga, según lo lírico que se sienta el observador.
En Torre hay casas rehabilitadas con exquisitez para que los viajeros de lo rural y
saludable se alojen en ellas y sepan lo que es sentirse en Babia.
Ésta es la casa o palacio de Los Señores fotografiada desde lo alto de La Piniecha. Sus dependencias -corral, pajares, cuadras- se fueron desarrollando hasta que el conjunto quedó cerrado sobre sí mismo, con el corral en medio y la fachada noble mirando al sur y al sol. En muchos pueblos babianos se ven construcciones solariegas de este tipo.
En el acceso por el norte, flanqueando la cancilla de entrada, puede verse una de las piedras de armas más historiada y llamativa de la comarca. Este mismo escudo, el de Los Señores, está labrado en sendas lápidas funerarias, en las iglesias de Torre y de Riolago.
Desde encima de La Piniecha se domina la vega de Torre con la línea de árboles que vienen flanqueando el río de Las Verdes y, al fondo, los caseríos de Sotorre y de La Senra.
La calle principal bordea La Piniecha por el sur y avanza hasta cruzar el río de Las Verdes y abocar a la plaza donde está la ermita de Los Remedios. Aquí empieza el segundo barrio, La Villa, el más populoso ... por decir algo. A Torre le atribuye el INE treinta habitantes pero estoy seguro de que en invierno no son tantos.
Unos cuantos canes zalameros suelen salir a la plaza para dar la bienvenida.
Bajando por la calle mayor del barrio de La Villa enseguida a aparece el Museo Etnográfico y de la Trashumancia. Torre de Babia y sus puertos de merinas tienen grandísima fama y una hermosa leyenda, amasada durante siglos, que todo visitante debiera conocer. Es bueno llegar aquí habiendo leído los trabajos del profesor Manuel Rodríguez Pascual, autoridad en materia de la trashumancia. Su reciente publicación, De Babia a Sierra Morena, con magníficos textos y asombrosas fotografías, es una compañía muy conveniente para todo explorador de estas comarcas.
La Fuente de la Villa nace calmada pero abundante bajo un peñón, entre dos casas.
A la iglesiona de San Vicente de Torre, montada en un otero, le llaman la Catedral de Babia.
Aquí yaze Diego Álvarez y su muger Mariana de Quiñones. Entrambos dotaron esta sepultura para sí y sus erederos y sucesores el año de 1627. Él falleció año de 1643.
De vuelta en la plaza, junto al puente, la vía que circunvala la vega para enlazar los cuatro barrios sube por la ribera oriental hacia el barrio de La Senra. Senra viene a significar algo así como un montón de pequeñas fincas de labranza. Por el camino de La Senra se encuentran construcciones de lo más variado pero todas muy interesantes. Justo al inicio, todavía en términos de La Villa, hay alguna casa rehabilitada con gusto exquisito.
Trescientos metros más allá, en La Senra, a mano izquierda del camino, está lo que queda del torreón medieval que dio nombre al pueblo. En primavera y verano casi pasa desapercibido por culpa de los árboles que medran en su interior y los que lo rodean. Junto a la torre hay otra construcción de planta cuadrada. En conjunto, todo es una residencia señorial construida en la baja edad media y ampliada en época posterior. Parece claro que no tuvo la misión de vigilar o controlar caminos puesto que está alejada de las vías principales y en medio de la vega y del pueblo. Jovellanos, en sus diarios de viajes,
alude a ella y dice que perteneció a la noble familia Flórez, muy arraigada en los
vecinos concejos del norte y también en Babia. Los apellidos Flórez y Flórez de Valdés, de Torre, dieron lugar a numerosa documentación durante los siglos XVI y XVII que hoy conservan los archivos de la Real Chancillería de Valladolid.
La ruina de la Torre de Babia -nada que ver con la Torre de Piedrafita- está registrada en la Declaración de Patrimonio Histórico Español por Decreto de 22 de abril de
1949 y por la Ley 16/1985 aunque de nada le haya servido hasta la fecha.
Camino adelante, la casona de Rafael, recordado ganadero y tratante.
En la La Senra se mantienen sin lifting algunas
viejas edificaciones de Torre.
Durante el invierno, ya digo, quedan muy pocos vecinos en Torre de Babia. En el barrio de La Senra me encuentro alguna vez con un paisano alto, fornido, trabajador, andarín y longevo, o sea, un babiano arquetípico, tan auténtico que hasta se llama Verísimo. Buen conversador, aunque ya duro de oído -como lo empieza a estar un servidor-, solemos charlar a grito pelado porque apenas hay nadie a quien molestar. Hoy no he llamado a la puerta de su casa porque era hora de la siesta.
En el portalón de Verísimo hay un entremiso muy bien tallado con caliza roxa babiana. Es un fregadero clásico, de los que se instalaban en las cocinas con el desagüe vertiendo directamente al corral o a la calle. No solo sirvió para lavar cacharros sino también para hacer la colada. Aunque a principios del XX ya se vendían en norteamérica lavadoras eléctricas y desde dos siglos antes las había mecánicas con tambor giratorio, esta lavadora tan elemental se usó en los pueblos hasta mediados del XX. Su tambor, estático por supuesto, era la corteza de un tronco de árbol, un cilindro hueco puesto en pie y apoyado en la base del entremiso, en cuyo interior se colocaba la ropa blanca después de un lavado con jabón casero. Sobre ella era vertida agua muy caliente fluyendo a través de una manguera-colador que contenía ceniza de piorno. Este residuo orgánico es rico en hidróxido de potasio, es decir, lejía natural. De aquí la expresión hacer la colada.
Desde el barrio de La Senra prosigue el camino y tuerce al oeste para cruzar el río de las Verdes y entrar en el barrio de Sotorre. Por aquí cerca es posible conocer algún molino y la vieja fábrica de la luz.
Hace bastantes años me vi honrado con la amistad de tres mozas de lo más agradable, ricas en años -unas más que otras- pero lozanas y rozagantes como suelen mantenerse las señoras en Babia. (Sobre todo si son solteras, como siempre me decía una de las tres). A su casa vengo, cada septiembre, a veces furtivo, para robar unas cuantas manzanas.
Y así termina el reportaje de hoy -que se complementa con El día del glaciarín, y que dedico a Humildad, Paquita y Josefa y a Manolo Cuenllas, hombre de mil oficios, que fue maestro carpintero y animador de filandones.
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