Muy agradecido a los seguidores de este blog, os informo de que termina esta experiencia a la par que acaba el año. La noche que viene es la de los grandes propósitos, ya sabéis, y uno de los míos consiste en ... digamos que administrar mejor la aceleración del tiempo. Ojalá se cumpla esta aspiración y también todas las vuestras. Gracias.

Julio.

Nochevieja de 2013.


viernes, 8 de marzo de 2013

Las noches árticas



 

 

 
Elgar: Nimrod (de las Variaciones Enigma
Daniel Barenboim con la Chicago Symphony Orchestra.
 


En cualquier país formal, por navidad siempre cae una nevadísima.
Recuerdo una que fue heraldo de la nochebuena a finales de los cincuenta.
Un metro por lo menos.
 
Debajo de los tinteros
andan los ratones
para que el maestro
nos dé las vacaciones.

A eso de las seis, mi primo Senén y yo volvíamos de Las Graduadas, las escuelas más guapas del mundo. Hoy ya nadie le pide nada a aquel edificio pero allí sigue, colgado en el monte de Las Rapigueras. No sé si lo de Rapigueras se debe a los rapiegos que habitan aquellos piornales o a las trampas con que cazaban entonces a estos bichos de hocico en punta, pelo de fuego, rabo frondoso y más listos que el hambre.
Mi casa estaba lejos. Era la última por el camino del Molinón según se va hacia el río, en la parte más baja, cerca del abesedo más espeso y umbrío. Por delante y por detrás de mi casa no había más que prados.
Pasábamos Senén y yo frente al bar de Toribio, donde empieza una rampa, de cien metros por lo menos, que en invierno llamábamos El Resbalizo por razones obvias. Por mucha escoria de carbón que las mujeres esparcieran encima, aquello seguía siendo un matadero y para no dar una culada o partirse la crisma, era conveniente pasarlo en cuclillas.
Entonces empezamos a escuchar el aullido de un lobo. Nítido y estremecedor llegaba de la parte entre el río y las vías del tren.
La nieve era la sordina de aquel barrio nuestro, tan bullicioso como apartado, sin nada más próximo que la mina de carbón donde mi padre trabajaba. A aquellas horas sólo se oían los topetazos de las vagonetas y, si acaso, el aullido del lobo.
Por no sé qué razón mi padre doblaba jornada aquel día. Mi madre, sola en casa, tenía pendiente de recoger las sábanas y los pañuelos blanqueados por el sol y la nieve. Pero ella también había escuchado al lobo. Nunca supe si estaba con ganas de guasa o asustada de verdad. El caso es que esperó a que llegáramos para que le diésemos escolta.
Senén tenía nueve años y yo ocho. Se comprende que él fuera delante y yo permaneciera vigilando la retaguardia. 
Recoger la ropa era por demás interesante. Podías agarrar un pañuelo por una punta y levantarlo tal cual lo habían tendido, completamente tieso. Las sábanas, por ser demasiado grandes, crujían como astillas y se doblaban, pero no se partían como era de esperar.
Después de la cena vimos cómo se alzaba la luna raspando el monte de Sosas y aparecían en la nieve sombras muy vivas, oscuras y  alargadas.
Cuando asomaba la luna llena sobre el valle empezaba la noche ártica que no es una noche verdadera sino plena de claridad, magia y misterio y un frío que pela.
Mi padre no llegaría hasta después de las once, con los ojos orlados de negro y un cacho de pan de pajarines en la fardela.
 
¿Cómo se puede vivir sin la nieve? 
 
 
 



Torrestío. Babia.
 



















El hundimiento en la masa de nieve
-de hasta seis metros de grosor- deja a la vista
la corriente subglaciar del río de La Majúa
a su paso por La Fouz.











Peña Orniz y La Torre.




Al fondo, el Pico El Prao, Los Fontanes, el Crestón del Paso Malo
y El Siete en el macizo de Peña Ubiña.






Sularco, Calabazosa, Cualmarce, las penas de Trespandu y demás riscos
lindantes con términos de Saliencia-Somiedo.

Pena Redonda, sobre Torrestío.


 
Todas las fotografías fueron tomadas el sábado, 2 de marzo de 2013, durante una caminata desde Torrestío de Babia hasta el pie de la Peña Orniz por el Valverde, la collada del Quixeiru, la Foz del río de Sañeu, la falda de Pena Congosto, La Recoleta y la collada de Orniz.
 
 
 
 
 

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