Muy agradecido a los seguidores de este blog, os informo de que termina esta experiencia a la par que acaba el año. La noche que viene es la de los grandes propósitos, ya sabéis, y uno de los míos consiste en ... digamos que administrar mejor la aceleración del tiempo. Ojalá se cumpla esta aspiración y también todas las vuestras. Gracias.

Julio.

Nochevieja de 2013.


domingo, 2 de octubre de 2011

Cuevas del Sil (III): La Cueva del Agua y la eternidad (o así)



Johann Strauss.
El Murciélago (obertura).



Amigo B., siguiendo tus prolijas instrucciones he vuelto a la Cueva del Agua para meterme dentro y atravesar la peña de un flanco al otro. En esta ocasión vengo en compañía buena y segura.
¡Menos mal! 

 
 
 
Son las once de la mañana. Empezamos subiendo hasta la Peña del Rayo, como ves por la foto, y entramos en la cueva para asomarnos a la boca de la sima y que echen un vistazo los dos compinches que no conocen el lugar. El otro, R., ya estuvo aquí hace treinta y algunos años, cuando aquellos pioneros bajaron hasta el fondo y encontraron los huesos de una especie de cabra extinta hace muchos siglos.
Esto me lleva a recordar aquella otra ocasión en que, también en una cueva de la comarca, un tipo jocundo dijo haber encontrado la cabeza fósil de un ursus spelaeus.  La entregó a una política sobrada de ínfulas que, entusiasmada, remitió el hallazgo a la Universidad.
Los expertos, discretos ellos, ni siquiera le contestaron. ¿Cómo iban a contestar? No era un hueso petrificado. Ni siquiera vestigio del pleistoceno. Era tejido óseo bien conservado. Un hueso mondo y lirondo. Un cráneo, sí, ¡de mastín leonés!
 
 
 
 
 
 
Pues nada, que echamos un vistazo a la boca de la sima y poco más.
 
 
 

No tenemos prisa en bajar hasta la Cueva del Agua así que, ya puestos, acordamos coronar antes La Peñona y echar unas miradas por donde tú ya sabes. A la cierva y a su cría no las vemos porque no es la hora adecuada. Pero sí descubrimos un encame y otros rastros.
 
 
 
 
 
 
Y por fin nos tiramos peña abajo, en busca de tu cueva.
 

 

 
Con las instrucciones que me diste, la ubicación no está muy clara. Habíamos quedado en que hay un roblón delante de la boca. Así que vuelvo al roblón, donde ya estuve la semana pasada, me lanzo caverna adentro, esta vez con linterna, y avanzo unos veinte metros para comprobar que no hay paso. Que el túnel se acaba y que no hay más.
Doy media vuelta, hacia donde los otros se están preparando, y les anuncio a gritos que el amigo B., el muy cabrito, me debió de confundir por segunda vez. Ya lo quisiste hacer con la historieta aquella del agua tintada de rojo -sabes bien a qué me refiero- y, como no coló, ahora me vienes con el cuento de que la Cueva del Agua traspasa la peña.
Aunque, por si acaso, echamos unas miradas arriba y abajo de la pared.
 
 
 
 
Abajo, la carretera que baja al Bierzo le disputa al Sil espacio en el desfiladero. Aunque, bien mirado, no sé si es la carretera la que baja al Bierzo o es El Bierzo el que no para de subir hacia Laciana.
El caso es que, amigo B., tú dominas muy bien estos parajes y si afirmas que la Cueva del Agua es la que tiene el roblón delante, así tiene que ser. Por consiguiente, nos ponemos a revisar minuciosamente los alrededores para ver si aparece de una vez.

 

 
 
Y, en efecto, aparece. Apenas quince metros más allá encontramos otra caverna que no vi la pasada semana. mandamos a D. por delante. No hace más que arrimarse a la boca y aprecia un tiro notable, muy fresco y prometedor. Al final resulta que tenías razón, amigo B., como era de esperar. Pero, por no darte toda la razón, aclararemos que el roblón no está delante de esta cueva sino de su vecina, la que nos despistó.
Dicho lo cual, vamos para adentro.
 


 
 
 
Tu descripción es rigurosamente exacta. Al cabo de treinta metros hemos de pegar la barriga al suelo y ponernos a reptar sin coderas ni rodilleras. Solo R. viene equipado como es debido. Me gustaría ser tan previsor y meticuloso como R. que, antes de acometer cualquier empresa, analiza todas las contingencias posibles y hace todas las previsiones necesarias. En fin, me justifico pensando que yo lo hago todo peor pero tardo menos. Y, al fin y al cabo, estamos hechos de tiempo.
 
 
 
Depués de arrastrarnos por ese tramo corto pero fastidioso, subimos una paqueña rampa y continuamos por una galería estrecha, alta y comodísima, tal como dijiste.
 
 
 
 
Damos con algunos escondrijos preciosos como esta acumulación de pequeños aljibes. Los espeleólogos les llaman gours, que en francés significa algo parecido a socavones Las gotas de agua, con muchas sales disueltas, van cayendo desde el techo al suelo, formando algunos charcos. A medida que el agua se evapora, la concentración de sólidos va a más y el carbonato se deposita en los bordes aumentando el nivel y la capacidad de los estanques. Lo que se ve en la foto es el resultado de un proceso de cientos o acaso miles de años. O sea, una eternidad. Algunos de estos gours están deteriorados porque alguien pisó donde no debía.
El nombre de Cueva del Agua viene de los charquitos, supongo. Tendremos que volver cuando acabe la sequía.
 

 
 
 
A propósito de los fósiles y de la infinitud del tiempo. Estamos encontrando grafitis a montones durante la excursión. No solo en los muros de las canteras sino también en los techos y paredes de las cuevas. Mensajes del tipo "Chloe, te amaré eternamente" y otros, muchos y gozosos augurios de felicidad perpetua. 
A R. se le ocurre una idea. Podríamos ofrecer por internet nuestros servicios para quien tenga necesidad perentoria de borrar lo que alguna vez dejó aquí escrito pensando en mantenerlo aún después de que llegara el blanco día, para siempre jaamás. Seguro que tendríamos algunos clientes. Puede que muchos. Lo que se graba en las paredes de las cavernas profundas no es indeleble, como las pisadas en la luna, pero es perdurable. Sin duda más perdurable que el amor y otras ilusiones, porque todo amor es efímero.

Ninguna era tan bella como tú
durante aquel fugaz momento en que te amaba:
    mi vida entera.
  

Ángel González (1925-2008)
 
 
Debemos de estar ya cerca del final porque nos encontramos con una criatura que gusta de estos ambientes, aunque no suele vivir muy lejos del exterior. Hela ahí. Pipistrellus es el pentágono negro que se ve pegado al techo. Está amodorrado, bien arropadito con sus alas. Lo despabilamos con el flash y parece que tiene buen despertar porque nos acompaña durante un rato. Acordamos llamarle Victorino. 
 
 
 
 
Avanzamos algo más y vislumbramos una luminosidad muy tenue en lo alto. Todo resulta tal como tú habías asegurado, B. Lo que no me habías dicho es que, para salir a la superficie hay que trepar unos treinta metros.
 
 
 
 
 
 
 
Pegados a la pared vemos unos cuentos huesos de animales pequeños, quizá de conejo o de zorro. Apuntamos hacia arriba con la linterna y enseguida descubrimos por qué. Hay un nido de gran tamaño.  Podría ser la vivienda de un búho real.
 
 
 
 
 
 
 
Ahota tenemos que trepar por ahí arriba. El primer escalón parece fácil pero resulta que no soy capaz de salvarlo. R. se empecina en que tire para arriba. Dice que me ha visto torear mil veces en peores plazas. Es verdad, pero el problema no está en la estrechez o altura de la chimenea. El problema está en que ya no soy juncal -nunca lo fui- y no doblo como antes. Me estoy volviendo rígido como un fósil.
 

 
R. se cuela hacia arriba como un esguilo y G. lo sigue.
 

 
 
 
 
 
Es tan guapo lo que se alcanza a ver por allá arriba que decido probar de nuevo y esta vez casi lo logro. Casi, pero no puedo. Así que me rindo y vuelvo a descolgarme con cuidado. Tanteo con la punta de la bota y no alcanzo a tocar suelo firme. Además no veo nada. Como sé que el siguiente escalón no está lejos, me dejo resbalar y, cuando noto que piso en firme, me suelto. Pero sucede que el fondo no era tal y empiezo a irme espaldas sin remedio. Por debajo que dan unos dos metros de desnivel y unos peñascos con aristas vivas. 
¡Párame, David, que me mato!
Creo que David ya barruntaba algo así porque está muy bien colocado y asentado y logra pararme en seco. Creo que, de no ser por él, en esta oscura cueva podría haber encontrado el blanco día.
 
 
 


 
 
 
Mientras ocurre el percance, R. y G. salen al exterior por el flanco norte de las peñas. Así que gracias, amigo B., por tus exactas indicaciones. Y, sobre todo, gracias David. Te debo una, y gorda. Lo recordaré eternamente. O incluso más allá. Con esto de los neutrinos ... vete tú a saber. (*)
 
 
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Meses después los del CERN descubrieron que se habían equivocado, que los neutrinos no viajan a mayor velocidad que la luz.
Otra vez será.
 
 
 
 

1 comentario:

Teté M. Jorge dijo...

Ufffff! Que viagem espetacular!!!
Com tantas explicações e fotografias eu acabei ficando sem palavras para comentar, mas... que curioso encontrar muros pichados em tão distante paraíso...
Um beijo carinhoso e... seguiremos com mais uma parte da história. ;)