A unos 1.350 m de altitud, Vivero tiene inviernos muy fríos y amaneceres perezosos.
El pueblo está edificado en el desagüe de un valle que tiene su máxima cota en el Pico Nevadín, a 2.077 metros. El río de Vivero recoge el drenaje de 1.400 hectáreas de terreno. Los aportes le llegan por unos cuantos vallejos y torrentes, algunos notables como el del Portillín y el de la Veiga del Agua.
Poco más abajo del pueblo, el río de Vivero se junta con los arroyos del Fasgarón
y del Puerto de La Magdalena y todo el caudal baja atropellado hasta
Rioscuro de Laciana, donde se suma al Sil.
Entre El Nevadín y Rioscuro hay 17 km de longitud y un desnivel de casi 1.100 metros.
Del conjunto de datos anteriores se extrae que una buena tromba de agua podría armar en este cauce la de dios es cristo. Y como el río atraviesa el casco urbano, pues aún peor.
Cuando visites Vivero, has de preguntar por La Ollina. Si eres tímido, no te cortes. Pregunta a cualquier vecino. Lo más que puede ocurrir es que te invite a unas lonchas de cecina. ¿Ves el fornido personaje de la foto, el de la funda verde? Pues ese es un buen cicerone. Se llama Enrique y es un maestro con el violoncello.
En la foto superior ves cómo el río pasa por el medio del pueblo. A la izquierda hay una fuente monumental con unos bancos de piedra donde poder tomar el sol al arrullo de las aguas. Esa fuente fue reconstruída hace poco tiempo. Antes había otra en el mismo lugar pero, ay si solo importara el arrullo del río.
Resulta que, en el mes de octubre de 2006, le dio por llover a lo burro en estos valles y el río de Vivero creció rápidamente, enfuceriose, empezó a arrancar tapines y abedules y, una noche de infausta memoria, los troncos y ramajes formaron un taponamiento del cauce justo encima de La Ollina embalsando muchas toneladas de agua. Pocos minutos después, aquello reventó, la avalancha entró en el pueblo y se llevó por delante lo que pilló. Entre otras cosas, medio puente y la fuente monumental de la que no quedó ni rastro.
Ésta era la fuente original.
Y ésta es la de ahora. Apenas se distinguen por el caño que antes era muy sencillo y ahora es una gárgola con la cabeza de un mastín.
Si no hay a mano alguien a quien preguntar, puedes llegar a La Ollina sin complicaciones. Coges ese sendero que va río arriba entre la pared del prado y el agua y allá, al fondo, encontrarás un molino (hay más de uno) y, enseguida, el pozo y la cascada.
Azud sobre la ollina, para encauzar el agua a los molinos y para el riego.
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Tres imágenes de aquel día:
La Ollina varias horas después de la riada.
El pequeño afluente del Puerto también se llevó por delante la carretera.
No había, pues, modo de entrar hacia Vivero salvo a pie, por un pontón
de emergencia que construyeron los vecinos.
Así pudo llegar Manolo, el panadero de Senra, con un saco de barras calentitas al hombro para abastecer al ajetreado vecindario que, con las primeras luces, vio pasar troncos de árboles como arietes a la deriva por debajo de sus ventanas y luego encontró las plantas bajas llenas de barro y muebles y electrodomésticos echados a perder.
Así que, ya sabes, si te gusta La Ollina, que te gustará, disfruta de ella pero, si ves que llueve a lo burro, apártate. No vaya a ser.
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