Música enardecedora (Alfred Newman)
para estimular la reconquista del noroeste (leonés).
para estimular la reconquista del noroeste (leonés).
Villafeliz: iglesia de Santa Eulalia
A mediados del XVIII, los encuestados para el Catastro de Ensenada dijeron que Villafeliz tenía treinta y cinco casas, que estaba bajo la jurisdicción del Marqués de Castelmoncayo y que el derecho de sisas -o sea, el impuesto cobrado sobre productos comestibles menguando las medidas- y las alcabalas -o sea, el IVA- pertenecía a su Magestad que Dios Guarde.
Aclararon también que por estos pagos, en cosas de agrimensura, no se usaba el estadal ni cualquier medida que pudiera traducirse a varas castellanas. Para calcular el importe de una venta o arriendo de tierras, los vecinos se entendían en fanegas. La fanega es unidad de volumen que, en Castilla, equivalía a doce celemines o a cincuenta y cinco litros y medio. Pero también se utilizó para medir áreas considerando la fanega como el espacio de tierra en que puede ser sembrada la porción de
grano que cabría en doce celemines, o sea, en doce cajones como el de abajo.
Según el DRAE, una fanega de tierra equivale a 64'596 áreas, pero sólo según el Marco de Castilla. En la península que hay entre Marruecos y el Pirineo, la fanega tiene muy diversos valores porque la cantidad de semilla adecuada para esparcir en una superficie determinada depende del clima, la bondad del terreno, el arte del cultivador, las ganas de trabajar, la habilidad para gestionar la subvención de la PAC, las comisiones que reclama la golfería, el Plan General de Saqueos a Cielo Abierto y qué sé yo. En fin, no dispersemos el discurso. El caso es que Villafeliz, en los tiempos del Marqués de La Ensenada, declaró arrendar a los ganaderos de La Mesta dos mil quinientas y cuarenta fanegas más o menos, según su juicio y pericia.
Y ahora viene lo bueno. Los villafelicianos, haciendo una estimación por quinquenios, dijeron que cada fanega de pasto arrendada al ganado merino podrá valer noventa y seis maravedíes y medio.
La fanega de pasto arrendado para ganado merino,
según su arrendamiento, noventa y seis maravedís y medio
(página derecha, líneas 5 a 8).
Así pues, este pueblo obtendría 49.022 maravedíes anuales. Habida cuenta de que un real de plata se cotizaba en aquel tiempo en torno a los cincuenta maravedís y que cada real de plata valía dos y medio de vellón, concluimos en que Villafeliz se levantaba anualmente entre 2.500 y 3.000 reales de vellón por arrendar los pastos de Las Barreras, Pinedo y Tras la Piedra.
Una cantidad algo superior es la que declararon los vecinos: el común de esta villa no tiene más bienes propios que el arrendamiento de los puertos que goza y que asciende su producto a dos mil novecientos y cincuenta reales de vellón en cada año.
He intentado traducir el valor de aquella época a la cifra en euros de la nuestra y, según mi juicio y pericia, el resultado exacto, preciso, justo y cabal es de ... una pasta.
Una cantidad algo superior es la que declararon los vecinos: el común de esta villa no tiene más bienes propios que el arrendamiento de los puertos que goza y que asciende su producto a dos mil novecientos y cincuenta reales de vellón en cada año.
He intentado traducir el valor de aquella época a la cifra en euros de la nuestra y, según mi juicio y pericia, el resultado exacto, preciso, justo y cabal es de ... una pasta.
Calle del Puerto
Villafeliz, anejo a La Majúa,
Partido de Murias de Paredes, Provincia de León.
El Diccionario de Madoz (mediados del XIX) describe Villafeliz como lugar en la provincia de León, partido judicial de Murias de Paredes, diócesis de Oviedo, audiencia territorial y ciudad de Valladolid, ayuntamiento de La Majúa; con treinta y dos casas, 124 almas, escuela de primeras letras, iglesia parroquial de Santa Eulalia y buenas aguas potables.
Y buenas aguas potables.
Aunque la diferencia entre aguas calcáreas o silíceas es notable, no vamos a discutir ahora la bondad de unas u otras. Mencionaremos solo el hecho de que los terrenos calcáreos son un coladero y en ellos no siempre es fácil acceder al agua. De hecho, al río que corre el Puerto de Villafeliz se le escapa casi todo el caudal por varios sumideros. Dicen que parte de ese agua es la que mana al otro lado de La Serrona, junto a las ruinas del batán de Pruneda. Lo cierto es que el caserío de Villafeliz creció algo apartado del río Luna y los vecinos, en otro tiempo, para tener más agua y más a mano, la buscaron por los laberintos subterráneos y construyeron unos pozos con bóveda de cañón que hoy son dignos de ver y admirar.
Para encontrar las criptas del agua hay que tomar el camino que sale de la vecindad del Hostal Villafeliz y Restaurante Casa Luis donde, por cierto, cocinan de maravilla y sirven mejor y a muy buen precio. Por ese camino arriba, antes de llegar a los pozos, tienen su residencia unos perros con los que, cuando paso por aquí, tengo un rato de charla. No sé por qué la expresión del can de la foto superior siempre me recuerda a la de cierto profesional de la política, aunque este can babiano es más simpático y más guapo.
Todos los pueblos babianos se dicen de Babia. Es natural. Pero Villafeliz no lo debe de tener muy claro. En 1792 anotó Jovellanos que Villafeliz constituía, junto con Pobladura, Sena, Arévalo de Luna, lo que por aquí se conocía como El Concejín, que estaba bajo la jurisdicción del Marqués de Castel Moncayo, emparentado con los Luna. Este ayuntamiento mimúsculo fue disuelto en el XIX, cuando la abolición de los señoríos. A partir de entonces, Sena de Luna, Pobladura de Luna, Rabanal de Luna y Arévalo de Luna pasaron a integrarse en el ayuntamiento de Láncara de Luna, villa que también se disolvería en 1955 bajo las aguas del pantano. Desde mediados del XIX, Villafeliz está en Babia, anexionada primero al Ayuntamiento de La Maxuga y luego a la nueva sede consistorial de San Emiliano.
Así pues, la official borderline entre las tierras de Luna y Babia debe imaginarse pasando entre el Puente de La Loba y la Ermita de Pruneda, muy cerca de Villafeliz.
Antes de echar a andar hacia el Puerto de Villafeliz nos acercaremos un momento en este lugar de Pruneda, estrechón entre las peñas de La Serrona y el río Luna, uno de los parajes más bellos y sugerentes de la montaña leonesa. La capilla, en términos de Rabanal de Luna, se cree fue edificada por decisión de Diego Fernández de Quiñones II, el de la Buena Fortuna, primer conde de Luna, señor de estas comarcas y Merino Mayor de Asturias por gracia de Isabel la Católica. La reina reconoció su aporte para la Guerra de Sucesión, a la que el conde acudió con mesnadas que reclutó en la montaña de las dos Asturias.
Hace tiempo que no visito el interior de la ermita porque la ceremonia del 15 de agosto coincide con tantas como se celebran por aquí en la misma fecha y uno no da abasto. La fotografía de esta lápida funeraria la tomé hace unos diez años, creo.
Entre la ermita de Pruneda y el pueblo de Rabanal de Luna, en la orilla norte de la carretera, colgado de la peña y oculto entre unos árboles, está lo que queda de un antiguo batán y el abundante manantial cuya agua dicen que proviene del sumidero del Puerto de Villafeliz, al que nos encaminamos a partir de la siguiente fotografía.
Todos los pueblos babianos se dicen de Babia. Es natural. Pero Villafeliz no lo debe de tener muy claro. En 1792 anotó Jovellanos que Villafeliz constituía, junto con Pobladura, Sena, Arévalo de Luna, lo que por aquí se conocía como El Concejín, que estaba bajo la jurisdicción del Marqués de Castel Moncayo, emparentado con los Luna. Este ayuntamiento mimúsculo fue disuelto en el XIX, cuando la abolición de los señoríos. A partir de entonces, Sena de Luna, Pobladura de Luna, Rabanal de Luna y Arévalo de Luna pasaron a integrarse en el ayuntamiento de Láncara de Luna, villa que también se disolvería en 1955 bajo las aguas del pantano. Desde mediados del XIX, Villafeliz está en Babia, anexionada primero al Ayuntamiento de La Maxuga y luego a la nueva sede consistorial de San Emiliano.
Así pues, la official borderline entre las tierras de Luna y Babia debe imaginarse pasando entre el Puente de La Loba y la Ermita de Pruneda, muy cerca de Villafeliz.
Antes de echar a andar hacia el Puerto de Villafeliz nos acercaremos un momento en este lugar de Pruneda, estrechón entre las peñas de La Serrona y el río Luna, uno de los parajes más bellos y sugerentes de la montaña leonesa. La capilla, en términos de Rabanal de Luna, se cree fue edificada por decisión de Diego Fernández de Quiñones II, el de la Buena Fortuna, primer conde de Luna, señor de estas comarcas y Merino Mayor de Asturias por gracia de Isabel la Católica. La reina reconoció su aporte para la Guerra de Sucesión, a la que el conde acudió con mesnadas que reclutó en la montaña de las dos Asturias.
Hace tiempo que no visito el interior de la ermita porque la ceremonia del 15 de agosto coincide con tantas como se celebran por aquí en la misma fecha y uno no da abasto. La fotografía de esta lápida funeraria la tomé hace unos diez años, creo.
Entre la ermita de Pruneda y el pueblo de Rabanal de Luna, en la orilla norte de la carretera, colgado de la peña y oculto entre unos árboles, está lo que queda de un antiguo batán y el abundante manantial cuya agua dicen que proviene del sumidero del Puerto de Villafeliz, al que nos encaminamos a partir de la siguiente fotografía.
Terminado el largo exordio, que ojalá sirva a algún excursionista, volvemos al pueblo y tomamos la Calle del Puerto. Hay dos kilómetros y medio de camino hasta alcanzar el puerto de Las Matas, collado que abre paso al magno pastizal conocido genéricamente como Puerto de Villafeliz.
A medida que el camino gana altura, permite ver por el oeste las cumbres de Peña Mala, Terreiros, Peña la Arena y unas cuantas cimas que, entre Babia y Omaña, superan los 2.000 metros y foirman parte de la obra labrada por el glaciar de Riolago.
En el flanco norte del valle, por arriba del camino, las peñas exhiben formas sugerentes como el lomo de un erizo o esta pareja de colosos.
(Foto Benedictus)
Hace tiempo que un buitre enorme nos observa desde allá arriba. Está demasiado lejos para tomarle un buen reterato y se nos ocurre trepar, acercarnos de sutruchu, pero tememos que el esfuerzo no sirva para nada, que en cuanto barrunte la jugada, se largue con viento cálido. Así que, como la raposa ante las uvas, decidimos que el asunto no está maduro y pasamos a ocuparnos de lo menudo, de lo que tenemos a nuestro alcance.
En medio de la nieve luce la fruta de un agraciu o agracejo y ésta sí está madura. Nuestra querida asesora, Ofe, nos hace saber que el arbusto, tan gracioso a pesar de las espinas, medra en parajes calizos como este, al borde de los caminos y en laderas pedregosas. Formalmente le llaman Berberis vulgaris. En algunos países hacen mermelada con su fruto y además, las hojas y raíces contienen una sustancia, la berberina, usada para tratar problemas hepáticos y otras dolencias.
La raposa se acaba de dar una buena pitanza, certificada con rúbrica y todo, a costa de alguien que, a estas horas, no andaba tan espabilado como ella.
Ahora tenemos por delante tres kilómetros de llanura.
El paisaje es, más que bello, imponente. Panorama extraño, escenario chocante, de los que facilitan liberar la mente de tanta broza y abrirla a otro género de percepciones. Este antiguo lago, hoy una llanada perfecta, rasada por sedimentos aluviales en tiempos muy lejanos, es el pastizal que, durante centurias, permitió cultivos, alimentó a ganados locales y también, en sus flancos, a los rebaños trashumantes.
Por allá al fondo, al pie de la Peña de La Cueva, el camino tuerce con rumbo al norte para pasar algún desfiladero, alguna colladina y alguna campera más hasta alcanzar los Puertos de Pinos cuya celebridad se aviva últimamente. Aquellos lugares, igualmente soberbios, serán motivo de próximos reportajes.
En tiempos no tan remotos, el lago de Villafeliz terminó escurriendo por el barranco
de La Loba y luego el agua de los deshielos dibujó un cauce amplio y sinuoso
a través de la llanura.
Arriba y abajo el cauce.
Abajo, un rayo de sol realza la lisura, casi pulimento, de las camperas del Puerto.
Estos paisajes babianos, que tienen su propia y muy rica leyenda, también recuerdan los escenarios de aquellos western magníficos de los años 50 y 60. De ahí la música que lleva este reportaje.
Son ya muy pocos los rebaños de ovejas que suben en junio a los Puertos de Babia y las vacadas tampoco son lo que fueron ni mucho menos. Se vino despoblando la comarca desde hace unas cuantas décadas y hoy parece exhausta.
Algún joven intrépido, como éste de la foto, sube a atender el rebaño de yeguas que de vez en cuando se ve atrapado por la nieve. Suzuki Motor Corporation podría aprovechar estampas como ésta con fines promocionales. También podrían hacerlo las administraciones públicas, las consejerías de fomento, de ganadería, de cultura y turismo, de medio ambiente ...
¿Para cuándo la promoción integral del Parque Natural con todas sus posibilidades de actividad económica? ¿Hasta cuándo en Laciana y Babia seguirá arramblando con todo el Señor Oscuro?
Son ya muy pocos los rebaños de ovejas que suben en junio a los Puertos de Babia y las vacadas tampoco son lo que fueron ni mucho menos. Se vino despoblando la comarca desde hace unas cuantas décadas y hoy parece exhausta.
Algún joven intrépido, como éste de la foto, sube a atender el rebaño de yeguas que de vez en cuando se ve atrapado por la nieve. Suzuki Motor Corporation podría aprovechar estampas como ésta con fines promocionales. También podrían hacerlo las administraciones públicas, las consejerías de fomento, de ganadería, de cultura y turismo, de medio ambiente ...
¿Para cuándo la promoción integral del Parque Natural con todas sus posibilidades de actividad económica? ¿Hasta cuándo en Laciana y Babia seguirá arramblando con todo el Señor Oscuro?
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Epiloguillo romántico a cargo de Debbie Reynolds y de Enrique VIII.
Away, away, come away with me
where the grass grows wild, where the winds blows free.
Away, away, come away with me
and I'll build you a home in the meadow.
Come, come, there's a wondrous land
for the hopeful heart, for the willing hand.
Come, come, there's a wondrous land
where I'll build you a home in the meadow.
The stars, the stars, oh how bright they'll shine
on a world the Lord himself designed.
The stars, the stars, oh how bright they'll shine
on the home we will build in the meadow.
Come, come, there's a wondrous land
for the hopeful heart, for the willing hand.
Come, come, there's a wondrous land
where I'll build you a home in the meadow.
La leyenda -sin ningún fundamento al parecer- dice que la música de Greensleeves fue compuesta por Enrique VIII para Ana Bolena años antes de que decidiera cortarle la cabeza.
Vaughan Villiams hizo un arreglo orquestal que alguna vez hemos utilizado en este blog y la actriz Debbie Reynolds cantó esta versión para La Conquista del Oeste, película estrenada en 1962 y de la que un servidor, guaje entonces, tiene un bello recuerdo cuyo rescoldo se aviva siempre que recorre estos puertos de Babia.
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