Muy agradecido a los seguidores de este blog, os informo de que termina esta experiencia a la par que acaba el año. La noche que viene es la de los grandes propósitos, ya sabéis, y uno de los míos consiste en ... digamos que administrar mejor la aceleración del tiempo. Ojalá se cumpla esta aspiración y también todas las vuestras. Gracias.

Julio.

Nochevieja de 2013.


martes, 24 de julio de 2012

Babia: el mundo desde Peña Ubiña


Peña Ubiña

Wagner.
Tannhäuser.
Obertura.



Torrebarrio: iglesia de San Claudio y Peña Ubiña.



Las alusiones a la morada de los dioses antiguos, a la experiencia montañera de Dante o de Petrarca durante el cambio del ideario medieval al renacentista, al pensamiento positivista del Siglo de las Luces -el interés por la geografía, geología, meteorología, cinegética-, al romanticismo que motivó la eclosión del alpinismo en el XIX, al nacionalismo sentimental-orgánico de  las montañas nevadas y banderas al viento o a la rotunda antítesis entre el excursionismo o alpinismo deportivo y el circo crematístico-mediático de los ochomiles ..., todas estas referencias son habituales cuando se habla de cordilleras y de cumbres.

Se dice que las grandes cimas del mundo no estimularon de verdad el interés explorador o de conquista hasta que el romanticismo, a finales del XVIII, exaltó el valor de sentimientos y emociones sobre la frialdad del racionalismo puro. La efervescencia fue tal que algunos movimientos romántico-nacionalistas sobrepasaron la cota inofensiva del ridículo y, en su escalada, llegaron demasiado lejos. Estos, para enardecer pasiones,  se sirvieron de músicas tan excelsas como la que ahora suena. 

Se dice también que antes del XVIII, o al menos antes del Renacimiento, no debía de ser nada común el interés por descubrir la alta montaña. Al contrario, las cimas infundirían todavía algo de aquel temor reverencial, de cuando eran dominio exclusivo de poderes sobrenaturales. 

Las divinidades de la Grecia Antigua vivían en el luminoso Olimpo, a casi 3000 metros. En los cinco continentes del mundo, los dioses moraban en las más altas cumbres y, entre los humanos, solo algún raro héroe se atrevía a acercarse a ellas. Por razones místicas lo hizo Moisés, escalador en el monte Sinaí de donde bajó con aquellos cuernecillos luminosos que sugieren una insolación de mucho cuidado. (El Sinaí se parece a Peña Ubiña en forma y en tamaño pero supongo que no hay comparación posible ni en cuanto a pastos ni en cuanto a calor). 

Por motivos igualmente espirituales, ascetas y profetas siempre apetecieron las cumbres, pero solo las de dimensiones asequibles, las que se aproximan al cielo ma non troppo. En este tipo de montañas -como las del sagrado Athos- abundan los oratorios y monasterios, siempre en parajes de belleza imponente. Los ascetas purificaban allá arriba su alma. San Genadio, por ejemplo,  abandonó la planicie de Astorga y, después de fundar unos cuantos conventos, fue a anidar en una cueva del berciano valle del Oza, en la caída abrupta del Pico Tuerto. En cuanto a los  grandísimos predicadores, Jesucristo pronunció desde una montaña el más hermoso de los sermones. (Y el menos atendido). Mahoma, por su parte, ordenó a una montaña que se le acercara y le sirviera de tribuna. Ella no le hizo caso y él, muy práctico, dijo aquello de que si la montaña no viene a mi, yo iré a la montaña. (Ojo, que esta historieta la fabuló sir Francis Bacon a finales del XVI. No vayamos a liarla). 

En la antigüedad hubo también humanos capaces de atravesar enormes cordilleras sin aparente motivación espiritual. Aníbal, en el III AC, cruzó los Alpes con miles de soldados y unas docenas de elefantes. Pero no fue el primero. Muchos siglos antes, como evidencia la momia encontrada en 1991, el hombre de Ötzï o de Similaun ya había hecho la misma proeza y sin elefantes. En solitario. Quizá huía de alguien y trató de acogerse en sagrado.

Como primer montañero por pura afición se suele citar a Petrarca quien, en la primavera de 1336, coronó la mole empinada, rocosa y casi inaccesible del Mont Ventoux. (Desde que dejamos de estudiar humanidades, la cima ya no es famosa por la ascensión del poeta de Arezzo sino por la desgracia del ciclista Tom Simpson, fallecido allí durante el Tour del 67). En una carta a Dionisio da Burgo San Sepolcro, Petrarca relata: alterado por la insólita ligereza del aire y por el escenario sin límites, permanecí como privado de sentido. Miré en torno de mí. Las nubes estaban bajo mis pies y ya me parecían menos increíbles el Athos y el Olimpo mientras observaba desde esta montaña de menor fama lo que había leído acerca de ellos. (Esa observación acerca de la ligereza del aire -altitud, presión atmosférica, densidad-, juntamente con las alusiones al Athos o al Olimpo, sugiere que el bachillerato era más completo y serio en los tiempos de Petrarca).




El caminante sobre el mar de niebla (1818)
Pintura romántica de Caspar David Friedrich.




El macizo de Ubiña no es el Himalaya pero tiene entidad suficiente para ser calificado de alta montaña. Aquí también debieron de vivir los dioses porque, dejando al margen los Picos de Europa, resulta que esta cumbre y su vecina del Fontán Norte son las máximas atalayas de León y Asturias. No se sabe desde cuándo los dioses no residen aquí. Desde luego, en tiempos de Jovellanos ya no estaban. En el verano de 1792, justamente entre dos luces, la brillante de la ilustración y la tenebrosa del XIX, el gijonés volvió por Babia al regreso de uno de sus viajes leoneses y en Candemuela anotó un comentario puramente científico: a la derecha la famosa Peña Ubiña, que se cree ser la más alta de España. Se ve desde tierra de Segovia y desde muy dentro del mar. Los de Cudillero, que navegan por ella, la llaman La Becerra.

Seguramente alguno de los pastores de merinas que en tiempo de Jovellanos -y también mucho antes- subían a La Cubiecha, Veiga Candioches, Riotuerto, Rosapero, La Becerrera, Cerreos, Las Argaxiadas y tantos otros pastizales, fue el pionero en hollar la cumbre, en avistar las dehesas de tierra de Segovia y en divisar también el mar; un mar que jamás había visto y acaso, en esta ocasión, ni siquiera cayó en la cuenta de que lo estaba viendo.



El vuelo de Ícaro.
No es más quien más alto llega.
(Fotografía tomada cuando un buitre sobrevolaba justamente la cumbre de Ubiña).


De la primera mitad del siglo XX datan los primeros registros de ascensiones a Ubiña por motivos científicos y deportivos. Recordaré especialmente la tarea investigadora de José Ramón Lueje, escritor, fotógrafo, cartógrafo, etnógrafo, que dejó un legado impagable de escritos, mapas e imágenes relativas a toda la montaña astur-leonesa y a Peña Ubiña en particular. Él y Juan Delgado (Ubiña, Alta Montaña, 1971) aun nos sirven de guías.

Hoy, el macizo de Ubiña es un destino muy apetecido por montañeros de España entera y de muchos otros países. Aquí acude durante todo el año esa gente que gusta de subir más alto para abarcar la grandeza de la tierra, para intuir mejor la infinitud del espacio y del tiempo, para asomarse al vertiginoso vacío, el de fuera y el de dentro. Algún excursionista se sentirá aquí más cercano a dios. Algún otro, mientras descansa, echa un trago y disfruta del espectáculo, se sentirá como dios. Incluso habrá quien se sienta Dios mismo ignorando que no es más quién más alto llega sino aquel que, influido por la belleza que lo envuelve, siente con mayor intensidad. (Maurice Herzog).



    Aproximación a Peña Ubiña.


    El Corral de Los Cuetos.


    Abajo van quedando Torrebarrio y Genestosa.

 

    Y Villargusán, San Emiliano y Pinos.



    También queda atrás el collado de El Ronzón.


   El caserío de La Cubiella de Torrebarrio.


   Ubiña Pequeña y abajo, a su derecha, Pinos.

   
    Pinos de Babia.

     Pinos y San Emiliano.




Algunas vistas desde la cumbre:


  
   Torrestío de Babia. Se distinguen los caminos de la Farrapona y de La Mesa entrando en
   Asturias por la izquierda y derecha de las peñas de Los Bígaros y El Muñón. Se identifica
   también la huella roja de la mina Santa Rita.



   
    Majada de la peña de La Becerrera (Torrebarrio).



    Al oeste, Peña Orniz y El Cornón.

  

Al pie de Ubiña, los Joyos de Las Cabras. Después, la braña del Meicín con el refugio. Más allá, Tuiza de Arriba, donde empieza a hundirse el valle del Huerna. Completamente al fondo, los Picos de Europa y muy conocidas cumbres de León y Palencia.



    Los Picos de Europa, a 90 km en línea recta. 
   



    Braña y refugio del Meicín.


    Tuiza de Arriba.


   Vista al norte: al norte: alineación de Los Castillines, El Siete (2.356), el Crestón del Paso
   Malo (2.386), los Picos del Fontán (2.408 y 2.417) y tras ellos, a su izquierda, asoma la
   punta de El Prau (2.357).

   
    Desde El Siete hacia el este, a la aridez de los Portillines y demás riscos sucede el verde
    flanco norte del valle de Tuiza o del Huerna donde sobresale la peña de Siegalavá (2.131).


   Al  sudeste, entre la Peña Cerreos (izqda) y Ubiña Pequeña (dcha), se suceden la Veiga de
   Riotuerto y la Veiga Candiol.les. Mucho más allá, hacia el horizonte curvado de la meseta, 
   puede distinguirse el embalse de los Barrios de Luna.


    Embalse de los Barrios de Luna desde Peña Ubiña.



  Bandadas de buitre común e individuos de alimoche sobrevuelan el macizo de Peña Ubiña.



Un buitre sobrevuela Peña Rueda.
Al borde izquierdo de la imagen, El Gamonal.
A 70 km, la línea de costa y, más allá, el horizonte marino.



Un comentario final:

Último tramo de subida al Segundo Castillín.


En este blog son frecuentes los reportajes relacionados con las montañas de la comarca, pero ninguno incluye libro de instrucciones porque esto del montañismo no es mecánica. El pasado sábado, 14 de julio, colgué una croniquilla titulada Babia, un día redondo y referida al Pico Montigüeiro. Cinco días después, una montañera barcelonesa fue rescatada con ayuda de un helicóptero tras haberse fracturado un tobillo en el descenso de esa cumbre. Supongo que la coincidencia es casual -este tipo de accidente ocurre a menudo- pero me parece bueno expresar hoy una opinión respecto de Peña Ubiña. Éste es un macizo que el excursionista ha de tomar en serio en lo que atañe a las condiciones atmosféricas, equipamiento e itinerario. En verano, con cielo limpio y estable, a la cumbre llega cualquiera siempre que esté bien calzado, avituallado, habituado a caminar por pedregales con grandes pendientes y que sea conocedor de las rutas normales: desde Torrebarrio por El Ronzón o desde El Meicín por el collado de Terreros.
En invierno, incluso estos itinerarios fáciles están reservados para gente experimentada.

Hay otras posibilidades de ascensión pero se reservan a buenos conocedores del macizo, a montañeros con experiencia o a escaladores. Por ejemplo, se puede alcanzar la cumbre trepando por la Pasada de la Puerta del Arco, la cresta del Prau Capón y de ahí, directos hacia arriba. Este itinerario se califica como Poco Difícil Superior o Grado II según tabla de la UIAA. Esto quiere decir que ya se trata de una escalada en toda regla porque obliga a trepar, incluye aristas o crestas delicadas, pasos vertiginosos con suelo inestable, riesgo por caída de piedras y tramos salvables con cierta dificultad donde, en algún caso, la ayuda de una cuerda puede ser conveniente.

En resumen, que Peña Ubiña no es El Cornón o El Catoute ni mucho menos. Así que ... ojo al parche. Be careful!



La Puerta del Arco.






   El Segundo Castillín (2.296) con la reproducción de un castillete minero instalado hace ya
   muchos años años por el Club Montañero San Bernardo de Turón (Asturias).


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Y un recuerdo:



Peña Ubiña, 2 de febrero de 2011.
El Montañero hizo su penúltima aproximación.
Hacía unos años que gustaba vestir elegante para ir al monte.


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